Décimo octavo día de junio del año de Nuestro Señor dos mil diez. Dicho así, sin ton ni son, no nos dice nada, pero es el día en el que José de Sousa Saramago falleció; el día que murió un comunista hormonal, como se auto definió él mismo.
Lo podemos definir como una persona que presumía de serlo e intentó con todo su esfuerzo hacernos ver que la sociedad actual es realmente una sociedad impropia; dijo que “Mientras los pobres esperando el cielo están en la tierra y en ella sufren, los ricos ya viven en el cielo estando en la tierra”.
No vamos a analizar su obra literaria, pero sí queremos analizar su forma de ver y de transmitirnos su visión de la vida, de lo que dijo y dejo escrito, usando sus propias palabras.
Fue un luchador contra la sociedad de la época en la que le tocó vivir y dijo que es hora de aullar porque, si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan y no hacemos nada por contrarrestarlos, nos merecemos lo que tenemos, ”Si el mundo alguna vez consigue ser mejor, solamente habrá sido por nosotros y con nosotros”.
Descontento con la forma política instaurada en el mundo, llamado civilizado, dijo que no tiene sentido hablar de democracia si el poder real es económico, o que la democracia se ha convertido en un instrumento de dominio del poder económico y la sociedad no tiene ninguna capacidad de controlar los abusos de este poder: “En la falsa democracia mundial, el ciudadano está a la deriva, sin la oportunidad de intervenir políticamente y cambiar el mundo. Hoy somos seres impotentes frente a instituciones democráticas a las que ni siquiera podemos acercarnos” y, descontento también con la forma de comportarse la sociedad, denunciaba que “El mundo se está convirtiendo en una caverna igual que la de Platón: todos mirando imágenes y creyendo que son la realidad” y advertía que “Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal”.
Se preguntaba “¿Qué clase de mundo es este que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?” y arremetía contra la individualidad de la sociedad actual porque pensaba que ahora no hay duda de que la búsqueda incondicional del triunfo personal implica la soledad más profunda y deshumanizada “El éxito a toda costa nos hace peor que animales”; presumía de no haber sentido jamás en su vida la necesidad de un triunfo, la necesidad de tener una carrera, la necesidad de ser reconocido, la necesidad de ser aplaudido y, por contra, dijo “No he hecho en cada momento nada más que lo que tenía que hacer y las consecuencias han sido estas, podrían haber sido otras”. Siempre tenía en mente la necesidad de reivindicar la conciencia colectiva y pensaba que todos estamos ciegos y que “Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran”.
Saramago mostró repetidas veces su pesimismo, que definió como un antídoto contra la indiferencia ante las injusticias; denunció el mal funcionamiento del mundo y la necesidad de cambiarlo para estar al lado de los que sufren y en contra de los que hacen sufrir.
La defensa de la dignidad del ser humano era una máxima en su vida; en el discurso que pronunció cuando recibió el Premio Nobel dijo: “insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo”, una disertación que comenzaba con el recuerdo de su abuelo y sus orígenes humildes definiéndolo como “el hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”. No son necesarios títulos universitarios para liderar y gobernar, tan solo sabiduría, humildad e integridad. En una entrevista dijo: “El nombre que tenemos cada vez importa menos, lo que importa es el número de la tarjeta de crédito y la cuenta bancaria” para reflejar la idea de la insignificancia del ciudadano frente al poder de un sistema cada vez más inhumano, lo que conlleva a una sociedad enferma de egoísmo y corrupción.
Amante incondicional de la libertad tenía un gran respeto hacia sus congéneres y la forma de comunicarse con ellos. Aprendió a no intentar convencer a nadie “El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.
El tema religioso, duramente criticado por la Iglesia y la derecha, lo trato repetidas veces; dijo: “No creo en Dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos, estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, solo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona”.
Tuvo suerte al no tener que vivir los largos años de gobierno del PP, que hubieran agotado su espíritu, y no tener que ver como se publicitaban falsas disyuntivas como “Comunismo o Libertad”.
Recordémoslo y, más importante, leamos su extensa obra para poder ser más humano, mejor persona. Alguno de nosotros, desde que leyó buena parte de su obra, pone en la firma de su correo electrónico la despedida con la que ahora nos despedimos de vosotros:
Abrazos de quien sufre como tú las injusticias de una sociedad impropia, pero que sufre más por las injusticias que padecen, incluso aumentadas, los que menos pueden defenderse y por ello a los que más debemos proteger.
Circulo de Podemos de Almansa.