Encarna Tárraga López tiene 50 años y lleva ejerciendo como psicóloga media vida. Reconoce que el confinamiento le pilló por sorpresa: «Me reía de las canciones que cantaban mis hijas bromeando sobre el virus. Luego todos vimos que iba en serio». Desde su consulta, situada en Almansa, ha sido testigo de los efectos de la pandemia en la salud mental de nuestra población. La profesional hace balance de las consecuencias psicológicas que ha acarreado la Covid-19 y que, aún hoy, muchas personas arrastran o padecen.

En primer lugar, ¿cómo se afronta tener que ayudar psicológicamente a otros cuando tú misma estabas lidiando con una situación insólita, durante el confinamiento?

Primero, como todos, entré en «shock». Me di unos días para digerirlo como persona, si no, hubiera sido imposible atender a nadie. Después, mi propia experiencia, lo que yo misma estaba viviendo, fue una base muy importante para poder empatizar con los pacientes y llegar realmente a ayudar, aunque fuese a través de una pantalla.

Intenté trasmitir calma, hacer saber que probablemente nos estábamos dirigiendo a una batalla, pero que no podíamos dejar al estrés hacer que las armas [emocionales] nos temblaran entre las manos. Era, y a día de hoy es, una situación que cambiaba en pocos días: hacer a los pacientes creer en sí mismos era más importante que nunca, así como hacerles ver que podían afrontar lo que viniese, día a día; y que no estaban solos.

Precisamente, creo que eso, la soledad, ha sido uno de los monstruos más grandes y poderosos en estos meses. Como psicóloga, he tratado de acompañar, además de tratar a los pacientes. Yo misma no me he sentido sola en esta ardua tarea: Inma, logopeda del centro, ha estado siempre ahí: viviendo lo que yo vivía y compartiendo conmigo impresiones y bajones a causa de situaciones impactantes.

¿Cuáles son los efectos de la pandemia que más te ha impactado ver en consulta?

En general, esperaba que llegase una ola de casos de ansiedad, cosa que por desgracia se cumplió. Algo que sí que nos ha sorprendido ha sido la actitud de los niños y su infinita capacidad de adaptación. A mí me han dado una lección de vida: si era una situación desconocida para los adultos, para ellos era otro mundo. Sin embargo, pronto tomaron las riendas y ahora llegan a la consulta, se lavan las manos sin decirles nada y te dicen: «Venga, ahora toca limpiar la mesa».

¿Cuál es el grupo de edad que has percibido más afectado por el virus?

En mi consulta, curiosamente, han sido los preadolescentes los más afectados. Personas de 12, 13 o 14 años que se han aislado y han abusado de las tecnologías, por lo general. Estoy acostumbrada a ver casos de depresión en adultos, pero verlo en los pequeños de la casa te hace ver de cerca la gravedad de la situación.

¿Percibes a través de tus pacientes que los almanseños y almanseñas vean el final de estos tiempos difíciles?

En general, todos vamos aún con precaución, pero queremos ver la luz. El pueblo tiene ganas de recuperar la «antigua normalidad». El primer día que podamos enfundarnos en nuestros trajes de moros y cristianos será el más feliz para muchos: no solo por mirar hacia delante y saber que vienen cosas buenas, sino también por poder mirar hacia atrás y vernos cantando pasodobles en los balcones. No solo es importante pensar en lo que vamos a disfrutar, sino que puede ser enriquecedor reconocer lo que hemos sufrido y darnos la enhorabuena por haber sido capaces de aguantar.

¿Cuánto tiempo crees que durarán los efectos de la Covid en la salud mental de la población?

La ansiedad amaina en algunos casos y se queda en otros, depende de muchos factores, entre ellos de que se trate debidamente. Lo que quiero dejar claro es que la mayoría de problemas psicológicos que se están tratando a raíz de la pandemia ya estaban latentes en el paciente, es decir, existían ya en la persona y han explotado a causa de una situación extrema de estrés, como si se tratase de una olla exprés.

Todo esto ha servido en algunos casos para que algunas personas decidan que no pueden convivir con ciertos problemas que creían pequeños y que les han hecho la vida imposible durante una situación tan atípica.

¿Hay aún en Almansa un tabú alrededor de la atención psicológica o los vecinos y vecinas han acudido sin tapujos después de estos complicados meses a consulta?

Lo que frena a la gente a ir al psicólogo en esta situación extrema no es el tabú alrededor del tema. La pandemia produjo y está produciendo una emergencia sanitaria, pero también económica. No podemos olvidarnos de eso. Lo que ha impedido a un buen sector de la población acudir a solicitar ayuda ha sido la falta de recursos. La salud mental ha sido la gran olvidada: hay poquísimos profesionales en los servicios de Salud Pública para la enorme cantidad que necesitaríamos a día de hoy.

Por otro lado, en la línea de lo que comento, me impactó muchísimo la brecha digital. La vi con mis propios ojos: llamar a un niño por teléfono porque no dispone de ordenador y saber que no está yendo a clase por eso mismo, pero que tú tienes que intentar llegar a él y, solo con la voz, hacerle saber que estás ahí.

¿Qué me dices de la mascarilla?, ¿qué nos impulsa a conservarla aunque ya no sea obligatoria en ciertos espacios?

Eso es muy interesante en el plano psicológico. Hay personas que no están dispuestas, a corto plazo, a abandonar ese «escondite» que tan extraño nos resultaba al principio. Algunas personas han construido en la mascarilla un refugio y pueden llegar a experimentar una sensación parecida a ir desnudas por la calle si prescinden de ella, llegando a sufrir ansiedad si se les pide que la retiren de su vida diaria. Quiero remarcar que son casos excepcionales, pero que existen.

Y, por último, ¿qué crees que es clave para que la gente perciba la nueva normalidad como normalidad y no como pseudonormalidad? ¿Un consejo para ello?

Creo que es una cuestión de percepción más que de realidad. Tenemos que tratar de percibir el mundo que tenemos ahora, cada uno el suyo, como «el mundo» en sí. Obviamente, echamos de menos muchas cosas y tenemos ciertos límites que desearíamos que desaparecieran, pero sabemos también que ya vemos la luz al final del túnel. Al menos, la imaginamos, que es también importante.

Si tuviera que dar un solo consejo, sería que tratemos de hacernos conscientes de que no solo se puede sobrevivir, sino que se puede vivir y disfrutar con lo que hoy tenemos. Es muy importante aprender a valorar cosas que antes eran insignificantes: un desayuno con una amiga o abrazar a un familiar, por ejemplo.

En varias ocasiones, durante la entrevista, ríe y me dice «Ay, que me pongo nerviosa» y se calla unos segundos. Mi madre, como tantos otros profesionales de la salud mental, ha trabajado en el silencio durante todos estos meses para empujar hacia delante a todos y todas los que la han necesitado. Desde aquí, gracias a aquellos y aquellas que han cuidado con empeño y dedicación una de las claves para que hayamos salido adelante: nuestra salud mental.

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