En lógica formal se estudia una falacia llamada negación del antecedente que viene a cuento del último escándalo mediático que nos va a ocupar estos días. Si yo digo «si llueve entonces el suelo se moja», concluir que si no llueve entonces necesariamente el suelo no se moja es falaz (porque el suelo se puede mojar de otras muchas maneras y eso no invalida lo anterior).
De la misma manera, puedo decir: «Si se ha agredido a una persona LGTB por el hecho de serlo entonces tenemos un problema de lgtbfobia»; y si resulta que no se ha agredido a esa persona, no puedo concluir que necesariamente no exista lgtbfobia.
Perdonad que empiece el artículo diciendo verdades de Perogrullo, pero ante tanta manipulación se hace necesario remarcar la evidencia.
Las agresiones lgtbfóbicas (registradas) han aumentado en España un 43% en lo que va de año (fuente y fuente) y se ha detectado un aumento de bandas que se dedican a atacar a personas no cis-heterosexuales (fuente). Una de las agresiones de la última oleada lgtbfóbica ha sucedido en nuestra comunidad autónoma (fuente) y en nuestra fugaz memoria colectiva todavía perdura el asesinato de Samuel Luiz. También cabe recordar que las agresiones físicas registradas son únicamente la punta del iceberg de la violencia sistémica que vivimos las personas LGTB.
Datos aparte, que una persona se presente en una comisaría con una herida en la que pone «maricón» me genera pena y preocupación, independientemente del contexto que le haya llevado hasta ahí. Y no es necesario entrar aquí a opinar sobre la veracidad de sus declaraciones.
Desde luego que denunciar algo falsamente es condenable, pero también podemos hacer el ejercicio de preguntarnos por las circunstancias en las que se tiene que encontrar una persona para que le resulte ventajoso hacerlo. Desde luego que a este episodio le va a suceder una oleada de ataques a la legitimidad de las reivindicaciones del colectivo LGTB; pero propongo que no desviemos la mirada de los auténticos responsables de estos ataques (que empezarán por ser dialécticos y acabarán mucho más allá, como ya sabemos).
Que existan denuncias falsas de robos no implica que nadie se cuestione la necesidad de establecer leyes contra el robo para proteger a propietarios y propietarias. Si las denuncias falsas se utilizan para cuestionar las legislaciones que protegen de las agresiones a las mujeres heterosexuales, al colectivo LGTB y a cualquier otra minoría es porque existe un discurso de odio, que de alguna manera hemos integrado, que pone en duda que la integridad de estas personas sea un bien jurídico a proteger a la altura de la propiedad privada.
A las minorías (en cuanto a derechos, ya que en términos numéricos somos en realidad la mayoría de la población), los discursos que justifican el statu quo nos exigen presentarnos como la víctima perfecta (que no duda, que es buena y nunca miente, que no disfruta…) para conceder legitimidad a nuestras reivindicaciones. Pero el fundamento de nuestros derechos humanos no debiera ser otro que el reconocimiento de la dignidad que tenemos por el hecho de ser personas (imperfectas, por supuesto).
Como ya se ha dicho, que el árbol no nos impida ver el bosque. No nos enfanguemos en dirimir los detalles del antecedente y centrémonos en combatir el lastimoso consecuente, los discursos de odio y el aumento de las agresiones reaccionarias.