Darío Extremera quiso ser médico desde pequeño; solo la carrera de Historia se le antojó como una alternativa. Su pasión por convertirse en doctor le llevó a salir de un pequeño pueblecito de Jaén para estudiar en Granada. Se especializó en la capital española. Ingresó en el Hospital de Alcalá de Henares como residente, en plena pandemia. Esta experiencia le marcaría para siempre. Tiempo después, tomó la decisión de cambiar la gran ciudad por la vida en Almansa.
Hoy charlamos con él. Ángel Darío Extremera Espinar, médico en el Hospital General de la localidad, con el objetivo conocer su experiencia como sanitario y como almanseño de adopción, en una conversación en la que valoramos la situación del sector y la experiencia de un joven médico que vivió en primera línea la fatal pandemia de la Covid-19.
¿Cuándo decidiste ser médico?
Desde bien niño lo tenía claro. Siendo ya adolescente y tras hacer la Selectividad, eché matrícula a todas las universidades que impartían la carrera. No me importaba la ciudad, tan solo quería ser médico.
¿Dónde culminaste la carrera? ¿Recomiendas la ciudad?
Estudié en Granada. Es cierto que esos años de estudiante y de vida universitaria fueron muy buenos, pero hubo un momento en que la ciudad se me quedó pequeña y decidí ir a trabajar a una capital. En aquellos tiempos, venir a Castilla-La Mancha ni me lo planteaba. Finalmente me decidí por Madrid y terminé en el Hospital de Alcalá de Henares, en el Príncipe de Asturias.
¿Cuanto tiempo estuviste trabajando en Madrid? ¿Cómo fue esa etapa?
Estuve trabajando en Madrid 5 años, mientras realizaba la especialidad como médico internista. Cada año recibía más responsabilidad sin llegar a ser el responsable absoluto, sino un subordinado. Hay hospitales que luchan porque sus residentes se queden, otros que no. Al acabar experimenté una época de vértigo por no saber que hacer en el futuro y por la presión de un mercado laboral al que los sanitarios no solemos estar acostumbrados. Además, en esa etapa conocí al que ahora es mi marido.
¿Cómo afrontaste ese vértigo?
A raíz de conocer a Javi (un joven almanseño), siempre tuve en mente la idea del Hospital de Almansa. Pensaba en el complejo como un lugar de servicio comarcal y escuchaba las historias de cómo se consiguió a través de un movimiento social que lo exigía para el pueblo… Sonaba bonito, pero me echaba atrás la idea de que tener que mudarme a una ciudad pequeña.
Me imagino que a toda esta presión se sumó la inestabilidad de los llamados «contratos Covid»…
Así es, uno de cada cuatro contratos Covid se quedaban. Algunos jefes nos decían, a modo de escudarse de alguna manera ante la idea de no contratarnos, que la situación era inmejorable, que allá donde fuéramos nos iban a contratar porque era muy necesario el personal. Incluso, en ocasiones, los facultativos tenían programadas guardias para el mes siguiente, cuando su contrato se acababa el mismo mes. Es decir, había planificaciones sin contratos. La realidad es que cuando terminamos teníamos una inestabilidad total, más aún cuando el puesto de trabajo en la sanidad de Madrid se consigue a golpe de currículum.
¿Cómo te sentías cuando te decidiste por venir a Almansa?
Ante toda la situación de inestabilidad, algo que llevo mal, me volví a plantear la idea de venir a Almansa. De entrada sentía vértigo, pasar de la capital a un pueblo de 20.000 habitantes, el verme todo un año aquí se me hacía bola. Llegué a Almansa con muchos prejuicios que hasta el día de hoy todavía mis compañeros me echan en cara [risas]. Llegué a preguntar si teníamos ciertos antibióticos, si usábamos los mismos parámetros para las analíticas… Mis compañeras me miraban con cara de circunstancias como si me estuvieran diciendo: «¿Pero tú te crees que vivimos rodeados de cabras?» [más risas]. Aterricé aquí con muchos prejuicios que ya no tengo.
¿Cómo te sientes ahora?
Muy bien. Una de las cosas que más tengo en cuenta es no oxidarme y me daba miedo poder hacerlo al estar en un hospital comarcal. Ni por asomo me voy a oxidar, todo lo contrario. Ahora estoy obligado a formarme constantemente, algo que valoro mucho. En líneas generales, todos los prejuicios que tenía cuando llegué se han ido cayendo uno a uno.
¿Qué tal te encuentras en Almansa?
Llevo aquí desde mayo de 2021 y considero que la idiosincrasia de Almansa hace que sea una ciudad. Aquí es imposible aburrirse. Incluso deseo que haya algún fin de semana en el que me pueda quedar tranquilo en mi casa. En el aspecto laboral, de estar de contrato en contrato a pasar a tener un contrato estable en un complejo en el que estoy creciendo muchísimo en experiencia… no hay color.
Y en cuanto a la calidad de vida ¿cómo valoras a Almansa?
Vengo de Madrid, donde vivía en un piso de 35 metros cuadrados en el que no cabíamos ni dos personas en la cocina, con un alquiler carísimo. Ahora vivo en un piso de 140 m2 y puedo disfrutar de ver la tele en el salón. Además aquí puedo ir directamente andando al hospital, algo que valoro mucho porque en Madrid tenía que dedicar dos horas tan solo en desplazamientos. Ahora cuando llego a mi casa a las cuatro y me doy cuenta que me queda tarde de sobra para incluso echarme una siesta y poder salir a hacer cosas, soy muy feliz. Al principio me costaba hasta creerlo, ahora ya me voy acostumbrando. Económicamente simplemente es que no es lo mismo.
Cuéntame tu experiencia como sanitario durante la pandemia
[Suspira y mira hacia arriba] ¡Puf! Es algo que normalmente no quiero ni pararme a pensar. Yo estaba en el cuarto año de residencia y viví la primera ola, el boom de la pandemia. Fue acojonante. Hubo descontrol y desorganización. Los residentes terminamos sirviendo de especialistas. Yo lo pasé muy mal. Personalmente fue muy duro. Llegué al extremo de desear contagiarme para poder quedarme en casa una semana. Al acabar la jornada, llegaba destrozado, no quería ver a nadie, me quité las redes sociales para no leer noticias de la pandemia. Pasaba las tardes leyendo novelas, me volví apático, fue realmente muy duro.
Erais como soldados en una guerra…
A ver cómo puedo explicar esto. No se si seré insensible, siempre da pena que fallezca un paciente, pero cuando fallece una persona muy mayor de más de 90 años que está pasándolo muy mal por su salud al igual que su familia al verlo sufrir… Como digo, siempre da pena, pero al fin y al cabo es ley de vida y siempre me lo he tomado así. Con el Covid fue imposible no verme afectado.
Nunca se me olvidará: en una guardia que estaba haciendo le di a un paciente joven -de no más de 60 años- la máxima capacidad de oxígeno que tenía en aquel entonces. Me pidió que me acercara y me dijo: «Por favor, dile a mi hija que quiero cumplir el viaje que tengo prometido con ella a Italia». Le contesté que yo no podía hacer eso, que no conocía de nada a su hija, y el me contestó: «Es que sé que yo no voy a salir de aquí». Me derrumbé, comencé a llorar sin parar, llamé a mi marido derrotado. Nunca me había pasado algo así. El hombre falleció dos días después. Hubo escenas muy duras, en condiciones que nunca pensamos que iban a pasar. Hay que verlo, jamás me pensaba que podía pasar.
Es complicado, pero: ¿podemos sacar algo positivo de esta horrible situación?
La unión que se generó entre los sanitarios y cómo compartimos conocimientos para el bien común. Por ejemplo: había traumatólogos asistiendo con oxígeno, algo que no habían hecho en su vida, pero que aprendieron por las circunstancias.
¿Podrías hacer una pequeña comparación entre los hospitales en los que has estado?
Es complicado comparar dos hospitales, más aún si uno es grande y otro pequeño. Considero una ventaja la confianza y la colaboración que tenemos entre compañeros. Al ser un hospital pequeño, todos nos conocemos e intentamos ayudarnos los unos a los otros de manera fluida. En un hospital grande esto es totalmente distinto. A nivel laboral creo que los contratos son mejores, en Madrid es impensable que haya contratos de larga duración. Aquí tienes una estabilidad que no hay en la capital.
¿Qué te comentan tus compañeros de Madrid sobre la situación de la sanidad?
Pues me dicen que están «hasta el moño» de tener que manifestarse. Muchos llevan mal la incertidumbre, la diferencia entre compañeros, los nervios añadidos de ser un contrato covid… Están consiguiendo mejoras, pero se sienten hastiados por tener que pelear todo. Tengo un conocido en Madrid que terminó 3 años antes que yo la especialidad. Pues bien, es ahora (2022), después de cuatro años y medio, cuando ha alcanzado una interinidad. Durante todo este tiempo, el jefe le decía que estaba viendo su caso, que no se preocupara, que lo tenía en cuenta, pero luego el contrato siempre se acababa… Y así con la mayoría de compañeros. Lo mejor de Madrid es que los profesionales son muy buenos, es una medicina puntera, muy potente, con unas unidades sorprendentes y una hiperespecialización que es la envidia.
¿Qué le dirías a un niño o niña que se plantea ser médico como tú?
Es una carrera muy dura, de dedicarle mucho tiempo y muchas épocas de tu vida. Hay que estudiar mucho y sacrificar horas de ocio. Pero si realmente te apasiona, no te va a importar nada. El esfuerzo merecerá la pena.
La pregunta de oro, Darío. ¿Un momento feliz de tu vida?
Qué difícil me parece. El caso es que los malos momentos vienen rápido a la mente, pero los buenos cuestan más [mira hacia arriba y piensa durante dos segundos]. A mí hay algo que me gusta mucho de mi profesión. Me enorgullece cuando te empeñas en algo y te convences de que el diagnóstico es correcto contra todo pronóstico. Cuando viene el paciente y te lo agradece es genial. Hay algunos muy grandilocuentes que te dicen: «Me ha salvado usted la vida, doctor». Pero me quedo con el paciente que llega y te dice: «Doctor, ¡menuda diferencia!». Ese momento vale por todas las horas de estudio y sacrificio.