Un decorado. Tres actos. Dos actores. Y un crédito. Todo comienza cuando un hombre (un Paco cualquiera, aunque se llame Antonio) intenta conseguir que una sucursal bancaria le conceda una pequeña cantidad. No tiene avales ni propiedades, ni historial crediticio, tan solo cuenta con su «palabra de honor» y su labia española. La negativa del director de la sucursal les coloca a ambos en una situación pintoresca, delicada e hilarante.
El texto de El crédito fue escrito tras la coyuntura económica ocasionada por la crisis financiera de 2008. Es, sin embargo, de rabiosa actualidad. La obra nos hace pensar, inevitablemente, en estos tiempos convulsos. Podría tratarse, por ello, de un drama de tinte social, del que extraeríamos sobrados motivos para criticar un sistema capitalista que nos asfixia. Nada de eso.
El crédito, del dramaturgo Jordi Galcerán (autor de éxitos para la escena como El Método Grönholm o Burundanga), es una comedia. Y como buena comedia, utiliza la vulnerabilidad de las personas como punto de partida.
Se estrenó en 2013, en un montaje dirigido por Gerardo Vera e interpretado por dos excelentes actores: Carlos Hipólito y Luis Merlo. El pasado sábado, sus personajes resucitaron en el Regio con la representación de la compañía cordobesa Squizo Teatro, que completó el programa de la XI Edición del Certamen Nacional de Teatro Aficionado Ciudad de Almansa.
La trama que vertebra esta aventura es una negativa rotunda. El director de la sucursal (interpretado por Juan Castilla) niega un préstamo a un hombre (Rafael López) que no muestra garantías de solvencia. Es en este momento cuando el desdichado decide amenazar al crecidísimo banquero con arruinar su vida. Para ello cuenta con un «as en la manga» más propio de un personaje escapado de una comedia de Woody Allen que de la vida real.
No se desvelará aquí la naturaleza de este «arma secreta», porque en ella radica uno de esos momentos que el espectador tiene que vivir en sus carnes para decidir, a partir de ahí, si se decide por un tipo de interés alto o por debajo de cero.
Eso sí; la obra es de una sencillez formal brillante. Desde la idea original hasta la puesta en escena en un solo decorado (el despacho del director del banco), se esconden varios giros y fluctuaciones bursátiles más o menos inesperadas, que enriquecen la historia y agilizan la función, basada en un largo diálogo entre dos actores que podría abrumar al espectador. No es el caso.
El crédito es capaz de reconciliar al espectador veterano con la sana costumbre de ir al teatro y al nuevo podría insuflarle ese gusto. Es una forma de entender lo cómico con el único apoyo del diálogo, sin artificios. Rafael López y Juan Castilla se ganan el pan dando una vuelta de tuerca a los dos personajes dibujados por Galcerán, añadiendo de sus propias cosechas matices interpretativos que arrancaron la risa del público en múltiples ocasiones.
En definitiva, una obra amortizable y con garantías de solvencia; un inteligente guion renovado por una compañía aficionada que creó afición entre los asistentes. Enhorabuena.