Apasionado del teatro, escenógrafo y director de la compañía Tablas Teatro, así es José Tomás, artífice de unos de los últimos éxitos culturales de Almansa con su innovadora adaptación de la obra La Jaula de Las locas, escrita originalmente por Jean-Pierre Piret. Un espectáculo que agotó todas las entradas para los cuatro pases días antes del estreno, con una puesta en escena atrevida que transformó el patio de butacas en una auténtica sala de fiestas. Un montaje que fusionó la comedia con un mensaje profundo y significativo sobre la libertad. Fotos | Jose Manuel García.
«Tenemos que estar abiertos al respeto, a la diversidad y a entender que la felicidad radica en la libertad de ser uno mismo. Al final, eso es lo que queríamos transmitir, que la gente sea feliz, que pueda vivir y expresarse libremente, porque para eso estamos aquí», confiesa el director, dejando claro que, más allá de su toque humorístico, la obra también buscaba llegar al corazón del público con un mensaje más que necesario.
Con alguna que otra anécdota tras bambalinas y una visión apasionada del teatro, José Tomás charla con nosotros sobre el éxito de la obra, los mayores retos que ha supuesto la producción, la excelente acogida por parte del público, la importancia de sentirnos libres y los próximos proyectos de la compañía.
1. ¿Cómo ha sido la experiencia de llevar a escena «La Jaula de las Locas» en Almansa?
Ha sido una experiencia muy divertida y enriquecedora porque presentamos una versión propia de Tablas Teatro. Esta obra fue escrita originalmente por Jean-Pierre Piret en los años 76-77 como obra de teatro. Posteriormente, se adaptó al cine con una versión francesa en 1978 y, más tarde, con la popular adaptación de 1996 protagonizada por Robin Williams. A lo largo del tiempo, ha pasado por todos los géneros: cine, musical y, por supuesto, teatro, acumulando innumerables adaptaciones.
Para nuestra versión, me basé considerablemente en el texto original de Piret, pero también añadimos elementos propios. Incorporamos números musicales y coreografías que enriquecieron la puesta en escena e innovamos jugando con el espacio del patio de butacas.
Los actores y cantantes interactuaron directamente con el público. Al retirar algunas butacas y transformar parte del espacio en una especie de sala de fiestas, conseguimos que más de la mitad del patio estuviera abierto. Esta disposición permitió que la obra tuviera varias capas. Por un lado, la representación teatral en sí; por otro, el espectáculo dentro de la obra; y, finalmente, la interacción directa con el público en la sala de fiestas. En definitiva, fue una experiencia muy enriquecedora y satisfactoria.
Sin duda, el teatro se transformó en una auténtica sala de fiestas. ¿Cómo crees que influyó este formato en la experiencia del público?
Yo creo que funcionó muy bien. La gente que estuvo sentada en las mesas vivió algo único. Además de tener su mesa con sillas, también había un camarero que les servía una botella de cava, unos bombones y había una lamparita. Todo estaba muy bien pensado y cuidado.
Al principio, al público le daba un poco de miedo, porque a mucha gente no le gusta que interactúen con ellos. Fue curioso ver cómo, aunque a todos les gustaba esa experiencia y ese ambiente tan especial, también existía cierto pudor.
Además, prácticamente estaba todo pactado cuando interactuábamos con el público. Elegíamos a personas con las que sabíamos que no iba a haber problemas. Aunque no las conociéramos directamente, sabíamos, por el entorno de esa persona, que no iba a sentirse incómoda. Hemos sido siempre muy respetuosos con eso, para asegurarnos de que la gente estuviera cómoda y disfrutara. Todo estaba medio previsto para evitar cualquier problema y que nadie se sintiera incómodo.
La respuesta del público ha sido excelente, con todas las funciones llenas. ¿Esperabais esta gran acogida?
Lo más sorprendente de todo es que las entradas para los cuatro días se agotaron incluso antes del estreno. De hecho, para el segundo fin de semana tuvimos que abrir la zona de general, el segundo piso, porque ya no quedaban entradas disponibles. No había hueco ni para el primer ni para el segundo fin de semana, lo cual nos dejó impresionados.
Eso nunca me había pasado. Una cosa es que se agoten después de que el público haya visto la obra y la recomiende, pero que ocurriera antes de estrenar fue inesperado.
Incluso el segundo día consideramos la posibilidad de ampliar funciones, pero era complicado porque había poco margen. Pensamos en hacerlo el viernes 28, pero era muy difícil llenar ese día. Finalmente, decidimos abrir la zona de general y la respuesta fue fantástica, ya que se llenó más de la mitad de esa área.
¿Cuáles han sido los mayores retos que ha supuesto esta producción, tanto a nivel artístico como logístico?
A nivel logístico, sin duda, lo más complicado fue quitar las butacas. Fue un desafío importante, pero contamos con la ayuda del ayuntamiento desde el primer momento. Tanto Borja, concejal de Cultura, como Pilar, la alcaldesa, nos apoyaron mucho. Les pareció un proyecto interesante y nos dieron el visto bueno para seguir adelante.
Después vino la adaptación de la obra. Había 50 personas en el escenario, con música en directo, lo cual añadía un nivel extra de complejidad. Además, algunas actuaciones tenían un toque decadente, con bailes protagonizados por hombres que no habían bailado nunca, lo que le daba un aire muy especial y auténtico. La verdad es que fue una experiencia muy chula.
El mayor desafío fue transformar el teatro en una auténtica sala de fiestas. Quitar las butacas y poner mesas sin bloquear la vista del público de las filas traseras. Dejamos un espacio de más de dos metros y medio entre la fila 9, que era la primera, y la última fila de mesas. Esto fue necesario porque el teatro no tiene mucha inclinación y queríamos asegurarnos de que tanto la fila 9 como la fila 11 pudieran ver sin problemas. Fue como si hubiéramos inhabilitado tres filas de butacas para garantizar la visibilidad.
En cuanto a la puesta en escena, fue muy llamativa, especialmente por la diferencia entre los dos actos: el primero, con un apartamento totalmente moderno, y el segundo, con un estilo completamente clásico.
El montaje ha contado con un gran elenco y equipo técnico. ¿Cómo ha sido trabajar con este grupo?
Contamos con un equipo técnico maravilloso de entre 12 y 14 personas, que se encargaron de todo: luces, sonido, micrófonos, decorados… Además, cuidaron todos los detalles para que las mesas estuvieran perfectas; todas llevaban copas de cristal, botellas, y había dos camareros que, además de dar la bienvenida al público, interactuaban en determinados momentos con los actores.
En cuanto al elenco, creo que todos han estado de 10. Miguel Almendros, Daniel Rodríguez, Benjamín Calero, Belén Cantos… todos han hecho un trabajo espectacular.
Además, quería que, aparte de la locura del mundo del teatro, la obra transmitiera un mensaje. Cada vez que salía la presentadora, que hacía de maestra de ceremonias, lanzaba mensajes sobre la importancia de quererse, abrazarse, ser felices y, sobre todo, ser libres. Me parecía muy bonito transmitir eso, y creo que el público lo entendió muy bien.
Eso fue todo creación nuestra. En la obra original no existe la figura de la maestra de ceremonias, ni muchos de los elementos que añadimos. Tanto el grupo actoral como el equipo técnico estuvieron increíbles.
¿Hubo algún momento especial o anecdótico durante las funciones que recuerdes con especial cariño?
Hubo muchos momentos especiales, pero uno que me produce mucha ternura es ver a los actores, cantantes y bailarines entre cajas, justo antes de salir a escena. Me gusta mucho el contacto directo con ellos en esos momentos: tocarles el hombro, cogerles la mano o lanzarles un beso al aire. Esos instantes, con la expectación y las miradas llenas de bondad y nervios, me parecen algo súper bonito.
Hemos hablado de los actores y del equipo técnico, pero tampoco hay que olvidar la música en directo, que estuvo a cargo de Rocío Muñoz, y toda la parte de escenografía, coreografías y baile, que llevó Isabel Almendros. Lo que hizo Isabel fue increíble, sobre todo con los hombres, que nunca habían bailado. Mientras las bailarinas vienen de academias, los chicos no. Más que sorprenderme, me producía una gran ternura ver las miradas de todos ellos, entre cajas, justo antes de salir.
Aunque somos un grupo amateur, la calidad de las propuestas es muy alta. Nos ha venido a ver muchísima gente de Alicante, Valencia, Murcia y Madrid, y todos coinciden en que el nivel es tan bueno que podría presentarse en cualquier zona de España. A pesar de todo, para mí, lo más importante siempre es el trabajo de los actores. Ellos son la joya del teatro. Son quienes tienen que conectar con el público y transmitir lo que sienten. Si es tristeza, llenarlo todo de emoción; si es alegría, conseguir que la gente se ría y se sienta parte de la obra.
También creo que es más difícil hacer comedia que drama. El drama permite explorar registros más accesibles para los actores porque se pueden apoyar en vivencias personales. Aun así, ambos géneros tienen su dificultad.
Lo bueno es que tenemos actores muy generosos, dispuestos a ofrecer su experiencia personal y su cuerpo al personaje. Eso lo hace todo mucho más fácil. Hay gente con muchísima experiencia y muchas tablas, y eso se nota.
¿Cómo crees que esta obra ha conectado con la gente de Almansa y qué mensaje les deja?
Conectar ha sido fácil porque la obra muestra situaciones y vidas cotidianas, con dos familias completamente opuestas: una muy liberal y otra demasiado conservadora. Esa dualidad es algo que todo el mundo, en algún momento, ha visto y entendido perfectamente.
El mensaje principal es, sin duda, el de la felicidad. La idea de que cada persona debe tener un espacio donde pueda expresarse libremente tal y como es. De hecho, el presentador lo dice claramente al final: «¿Saben ustedes por qué toda la gente tiene que ser feliz?» Y él mismo responde: «Por la libertad, por la libertad de que cada uno sea quien es».
Además, hay una frase en la obra que me parece preciosa y muy significativa: «Lo que ayer fue cierto, hoy no necesariamente tiene por qué serlo». Creo que ahí está la clave de todo. Tenemos que estar abiertos al respeto, a la diversidad y entender que la felicidad radica en la libertad de ser uno mismo. Al final, eso es lo que queríamos transmitir, que la gente sea feliz, que pueda vivir y expresarse libremente, porque para eso estamos aquí.
Es, sin duda, un gran mensaje. Si tuvieras que definir en pocas palabras lo que ha significado esta experiencia, ¿Cómo lo harías?
Pues diría que ha sido una experiencia muy bonita y, sobre todo, muy enriquecedora. No tengo más que palabras positivas para describirlo. Ha sido una oportunidad fantástica para explorar nuevos registros en los actores y actrices.
Me ha encantado porque había momentos en los que los géneros de los personajes estaban totalmente intercambiados. La idea de que una mujer pueda interpretar a un hombre y viceversa me parece muy interesante. Esto lo descubrí cuando vi a Blanca Portillo interpretar a Hamlet, un personaje masculino, y a los dos minutos de verla actuar, te olvidabas por completo del género y veías a un hombre constantemente.
Eso demuestra que hay personajes que son universales que pueden transformarse completamente, independientemente de su género. Así que, si tuviera que resumirlo, diría que ha sido muy enriquecedora. Esa es la palabra.
Tras el éxito obtenido, ¿Qué proyectos o próximos retos tiene la compañía «Tablas Teatro»?
Ahora, para finales de primavera-verano, tenemos preparada «Cinco horas con Mario», que quiero representar en el Convento de los Franciscanos. Mi intención era hacerlo el año pasado, en septiembre, pero había demasiadas cosas y, al final, decidimos aplazarla. Esta obra es para unas 50 personas, y requería más tiempo y preparación. Si no cambia la ubicación, la idea es presentarla en el Convento de los Franciscanos durante la primera quincena de julio. Además, será una versión muy especial. Aunque mantiene el monólogo original, habrá más personajes en escena.
Y luego, para el año que viene, en 2026, tenemos previsto montar «La Celestina» a finales de junio y principios de julio. La idea es hacerlo en la Plaza Santa María, con una tribuna al aire libre. También queremos incluir una banda de gaitas y una serie de elementos muy especiales que creo que sorprenderán al público. La propuesta promete ser muy atractiva, con muchas novedades y detalles que la gente no se espera.