De camino a Madrid, menciona que en pocos días volverá a Santa Pola y confiesa que le encanta vivir junto al mar. Sonia tiene 39 años y ha pasado por China, Japón y Estados Unidos, entre otros puntos de la geografía mundial. Junto con su pareja, la poeta Eva Guillamón, formó Dúa de Pel en 2014. Este tándem artístico «se sumerge en la tradición para reinventarla, dando lugar a un sonido propio e inimitable».
Su nuevo disco, Madera de pájaro, ya está a la venta en la Papelería Molina. El 1 de octubre lo presentarán en la Almansa natal de Megías, sobre el escenario del Teatro Principal. Las entradas para el evento se pueden comprar en taquilla o a través de www.giglon.es. Después, llegará el momento de subir su trabajo a las tablas del Auditorio Nacional, en Madrid.
Sonia, cuéntanos algo acerca del último disco, ¿dónde lo grabasteis?
Comenzamos en Madrid, ya que buscábamos estudios que grabaran cosas específicas. Allí fue donde, el año pasado, hicimos todas las percusiones. Después nos dirigimos a Alicante, grabamos las voces, los efectos, masterizamos las canciones… Entre medias, en invierno, aprovechando un viaje a Galicia, descubrimos un estudio de La Coruña. Allí, en febrero, tocamos algunos detalles interesantes.
El disco ha sido grabado en varios estudios y cuenta con la colaboración de muchos músicos: ha sido una aventura y, además, ha quedado súper «bonico».
¿En qué consiste vuestro proceso creativo?, ¿cómo es?
A la hora de crear las canciones, lo hacemos de una manera muy espiritual: no queremos ponernos límites. Eva es poeta, escribe y me va pasando algunas composiciones. Cuando me viene una música para alguna, nos ponemos a ello. Las dos somos artistas y es algo muy intuitivo, esencial.
La consecuencia de esto es que a veces salen cosas parecidas al folklore, por ejemplo. Después, alguien del público te dice que le recuerda a algo que cantaba su abuela, tanto en en Connecticut como en Argentina. Eso es mágico.
El proceso creativo también depende del objetivo. Si queremos hacer una canción sobre algo, vamos a por ello. En otras ocasiones, componemos para diversos encargos. En el nuevo disco, por ejemplo, hay un chotis. Nos lo encargó un colectivo artístico de Valencia y versa sobre las mujeres de la cárcel madrileña de Ventas. Esta canción tiene un contenido especialmente social y era ciertamente especial porque estaba hecha para cantarla con la única organillera mujer de la historia que, por cierto, sigue tocando en El Rastro.
Al ser Dúa de Pel una formación literario-musical, ¿tienen más importancia las letras que la música?
La letra importa tanto como la música, todo va al cincuenta por ciento. La letrista, Eva, tiene un trabajo muy importante. Suele ser ella la que escribe antes. Más tarde, yo busco las músicas, que también son una parte clave de cualquiera de nuestros trabajos.
Llaman la atención algunos versos de vuestras obras, líneas que versan sobre vuestra conversión en pájaro o versos como «¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?». Háblanos sobre ellas.
Las letras son casi todo imágenes poéticas, abstractas. Por ejemplo, la primera canción que mencionas, Huella Dactilar, va sobre los ancestros de Eva, que eran de Argelia.
La otra línea que mencionas pertenece a Duelo Congelado. La canción trata sobre aquellas personas cuyos allegados han desaparecido, ya que, al no saber si están vivos o no, se quedan con un duelo paralizado que en realidad no pueden hacer nunca del todo.
Nos inspiramos en unos documentales sobre los desaparecidos en el Salvador. Conocemos a Marcela Zamora, una documentalista súper interesante que toca este tema en su obra y colabora con un periódico de allí que dirigen un grupo de españoles y que se llama «El Faro».
Al ser profesional en esto, ¿Opinas que hay músicas buenas y músicas malas?
Creo que, por ejemplo, no es bueno que los menores escuchen reguetón. No voy a decirte que es mala música: viene de Latinoamérica, es bailable, comercial, tan animada como el ballenato o la cumbia. El problema es el machismo y la sexualización que albergan las letras. Esto es un peligro, en especial, para las niñas.
En cuanto al debate sobre la música en sí y las etiquetas de «buena» o «mala», he crecido con ellas porque he crecido en un conservatorio. Sin embargo, yo creo que hay que abrirse a toda la música y que su valor reside en la función social de esta.
¿Qué lugar tiene lo espiritual en nuestra época posmoderna?, ¿Crees que es bueno dejarse llevar y olvidarse del canon?
La música siempre ha estado con el ser humano, desde el principio. Siempre ha tenido una función ritual, por ejemplo, en el nacimiento de un bebé. Eso es algo espiritual. Considero que es algo diferente de lo religioso: lo espiritual es algo que uno tiene dentro. La música, con su función social, siempre implica un ritual.
En este tema me parece muy interesante la obra de John Cage, compositor del siglo XX. Cuando lo descubrí, me sirvió para plantearme la función esencial de la música. Este hombre estuvo metido tres días y tres noches en una cámara anecoica. Es decir, solo escuchaba sus propias funciones vitales. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el ser humano no puede percibir el silencio, aunque exista, y todas sus teorías se le vinieron abajo.
Compuso la obra 4:33, que recomiendo buscar a todo el que esté interesado. Me hizo plantearme, incluso cuando era profesora, el motivo de un público para acudir a un concierto. El caso es que, aunque aparentemente Cage no esté tocando nada, la gente se queda, atiende. Esto es una prueba de la función espiritual de la música: la gente acude a un concierto con la esperanza de sacar algo de ahí.
Un púlpito, un altar, un escenario… es todo lo mismo: un lugar donde alguien se sube para ofrecer algo a un público. No podemos olvidar que cada vez que nos subimos a las tablas tenemos la responsabilidad de dar algo al otro.
Y, por último, ¿una recomendación para los lectores y lectoras?
Que lean los cómics de Alejandro Jodorowsky. Es un visionario.
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