El 22 de diciembre se cumplen 60 años del estreno de Campanadas a medianoche (1965), la última gran producción de Orson Welles, una de las figuras más prestigiosas del cine universal y célebre por su revolucionaria emisión radiofónica de La guerra de los mundos. Su relación con España –marcada por el magnetismo de los toros, el espíritu de Hemingway y la sombra literaria de Cervantes– dejó una huella profunda en él que hoy sigue revelando sorprendentes conexiones. Para Campanadas a medianoche, su personal revisión del universo shakesperiano en torno a Falstaff, Welles ejerció de director, guionista, montador y actor, llegando incluso a diseñar vestuario y decorados. La película, que casi queda inconclusa por falta de financiación, integra el Castillo de Almansa entre sus localizaciones. El rodaje, disperso durante dos años, reflejó el inimitable caos creativo de Welles: podía filmar un plano en Cardona y el contraplano en Soria, confiando únicamente en su prodigiosa memoria visual para mantener el raccord.
Jesús Franco, colaborador del director, recordó cómo Welles le pedía filmar escenas sin seguir el guion y es el español quien revela en una entrevista que Almansa reaparece también en el proyecto más quijotesco de Welles: su inacabado Don Quijote (1972). Rodado intermitentemente durante casi 20 años, incluía paisajes del municipio (así como escenas en Alcoy) y fue Franco quien unió los numerosos fragmentos recuperados tras la muerte del director. Con anacronismos deliberados –como una Vespa convertida en «máquina infernal»–, Welles imaginó un ensayo cinematográfico ambientado en la España de los años sesenta. De los más de 130.000 metros de material reunidos por Franco, emerge la tenacidad y la creatividad de un genio creador capaz de filmar miles de metros solo para unos Sanfermines, persiguiendo siempre una coherencia poética que, incluso inacabada, sigue asombrando.




