Por Víctor Gil | Soy joven, vivo en 2024 y creo que Cristo resucitó. Sí, lo creo. Y además es algo que he creído desde niño. Aunque es cierto que cuando no levantaba dos palmos del suelo tan sólo lo creía de la misma manera como creía en todo lo que mi padre y mi madre me decían.
Con el tiempo fui desgranando algunas de las teorías, ideas o valores que en mi familia se nos inculcaron a mi y a mis hermanos. Indagué y bajo un espíritu crítico que me acompaña desde la adolescencia, intenté discernir qué es creíble y qué no. Sobre todo en cuestiones bíblicas que es el libro que cuenta la historia de mi pueblo y mi creencia.
Aunque esté un poco feo decirlo, recuerdo cariñosamente y no arrepentido cómo con picaresca leía a Carl Sagan y «El mundo y sus demonios» mientras estaba en la iglesia durante el servicio del domingo. El pastor (que además era mi padre) daba su sermón y yo asentía de vez en cuando para simular atención cuando por dentro continuaba hundiendo la navaja de Ockham en mi propia fe.
Mi prisma, mis ganas de vivir y las ansias por explorar me hicieron ir de allí para allá. Siempre respetando la espiritualidad que habita en las personas pero nunca dejándome domar por dogmas establecidos por instituciones de poder. En todo ese tiempo, dentro o fuera de la iglesia, nunca dudé de la fortaleza que presenta mi inquebrantable alianza y relación con Cristo.
Con esto quiero decir que esta creencia de que Cristo resucitó, aspecto que da sentido al movimiento que más seguidores tiene y ha cosechado de la humanidad, no vive en mí fruto de la emoción o de la sugestión irracional. Todo lo contrario, creo racionalmente que Jesús es el Salvador, que murió por amor al mundo y que resucitó para revolucionar los tiempos y la justicia divina del bien y del mal.
Aunque tampoco se lo grito en la cara a la gente, esto no me lo callo en ningún círculo. Y es que la conversación surge inevitablemente en múltiples ocasiones. Cuando digo en lo que creo y cómo lo creo, la gente reacciona de diversas maneras. Los hay que comparten mi creencia y no se asombran. Pero también hay personas que ríen de manera nerviosa y me llegan a decir: «Una persona de estudios como tú ¿cómo puede creer en Dios?». También los hay que a través de un proselitismo científico descacharrante pero que no deja de ser tierno intentan hacerme cambiar de creencia y opinión en un par de minutos cuando ni el dolor, ni la injusticia, ni la propia muerte lo han conseguido en décadas.
No voy a decir que mi postura sea transgresora, pero lo cierto es que los cristianos sentimos que caminamos contra viento y remamos contra marea en estos tiempos donde lo espiritual es ridiculizado al máximo. Más aún los cristianos que abrazamos la figura de un Jesús que mira a las personas por el corazón y que no las juzga por lo que hacen o dejan de hacer. Lo cual me lleva a recordar que las Iglesias de todo el mundo y de toda denominación deben comprender que ya no hay nada que perdonar, porque todo está perdonado. Si los propios cristianos rechazan a otros cristianos ¿qué lugar quedará para todos aquellos que sufrimos burlas cuando decimos que Jesús está vivo?
Yo invito a todos mis hermanos (por que aquí todos somos hermanos en el nombre del Padre) a que nunca renuncien a creer. De la misma manera que les ánimo a buscar razones lógicas y motivos espirituales para seguir creyendo que Cristo resucitó. Aseguro que existen miles de justificaciones reales, lógicas y no espirituales. Tantas hay que da para escribir otro extenso artículo.
Es beneficioso que esta manera de creer te implique a ir más allá. Más allá de una romería, más allá de un culto, más allá de la aceptación social o más allá de un entierro convencional. En el epitafio de mi abuelo Manuel (conocido como Puche) reza un versículo esperanzador: Juan 11:25. «Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». Y esta es la verdadera grandeza de nuestra manera de creer.
La figura de Jesucristo trasciende por encima de su faceta revolucionaria, profeta del amor y ejemplo de justicia social. La figura de Jesucristo, para los verdaderos cristianos, es la del Salvador. La esperanza de saber que la muerte no es el final y que todos podemos resucitar. Porque a través de Él todas las cosas son hechas nuevas. Del holocausto, generar vida. De la derrota, caminar hacia la victoria. De la oscuridad, crear luz. Del odio, forjar amor.
En estos días de Semana Santa, fecha en que se publica este texto, Domingo de Resurrección, quiero volver a dejarlo claro, por escrito y recordar qué pasó este mismo día hace más de dos mil años. Creo que Cristo resucitó, venció a la muerte y su mensaje de amor y esperanza ilumina al mundo y sus demonios.
Un comentario
Mi admiración y respeto.Valiente! Gracias. Soy mayor, vivo en el 2024 y también creo en Jesús.