21/11/2024

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«Fin de ciclo político: ¿dónde estamos?», por Ximo Ortuño

«Este es el escenario que nos dejan estos casi siete años de "revolución política" o "regresión política", según se mire»
Ximo Ortuño Almansa Opinion

La política española ha vivido durante los pasados días uno de los momentos más agitados que se le recuerdan en los últimos años. Y decir esto es mucho decir, puesto que los últimos años de la política española han sido los más agitados desde la restauración de la democracia. Importantes cargos políticos (y, sobre todo, sus diferentes asesores) han decidido practicar el distanciamiento de lo que ahora se conoce como «fatiga pandémica» (pese a que tanto los datos sanitarios como los económicos no invitan a hacer lo mismo), iniciando diferentes terremotos gubernamentales que han dado lugar a dos efectos sumamente reseñables: la definitiva caída en desgracia de Ciudadanos y el adiós de Pablo Iglesias a la política nacional. Y son dos hechos sumamente reseñables porque, con ellos, estamos asistiendo a la firma del certificado de defunción del ciclo político que se inició en España entre 2014 y 2015: una etapa de nuestra historia política que llevaba gravemente herida desde las elecciones de noviembre de 2019, a la que la pandemia sobrepasó, y que esta frenética pasada semana parece haber terminado de rematar. 

Todo el mundo recordará como la aparición en escena de Podemos y Ciudadanos era calificada como el surgimiento de una «nueva política» que vendría a regenerar y transformar la situación de un país fuertemente dañado por la crisis económica de 2008 y con un alto nivel de desconfianza en su clase política, repleta de ejemplos de corrupción e ineptitud en la gestión.

Desde 2014 hasta aquí hemos vivido numerosas situaciones políticas agitadas, como cuatro elecciones generales, un cambio de Gobierno a través de la única moción de censura exitosa de la democracia, el referéndum catalán de 2017 o la ruptura del bipartidismo en diferentes espacios políticos, con especial atención a una derecha que llevaba unida desde finales de la década de los ochenta y que ha acabado dividida en tres formaciones diferentes.

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El problema es que, después de estos revueltos (y extremadamente electoralistas) seis años y pico, no sólo no se han solucionado muchos de los problemas de entonces, sino que además la crisis del COVID los ha empeorado y ha añadido otros nuevos. El resultado: una ciudadanía cada vez más hastiada del presente, más temerosa del futuro y que, con respecto a la política, se ve obligada a elegir entre la extrema apatía (como mostró la participación electoral en Cataluña) o la extrema polarización (que es lo que parece plantear la campaña electoral madrileña), creándose el caldo de cultivo perfecto para que el juego democrático agrande su crisis y empiecen a resonar los ecos del totalitarismo.

Y es que, probablemente, ese sea el mayor fracaso del ciclo político que se acaba: un período que tenía que haber servido para mejorar la democracia, limpiarla y, sobre todo, acercarla a una sociedad lo suficientemente adulta como para participar de muchas más decisiones políticas; al final solo ha servido para empeorarla, emponzoñarla y, lo que es peor, dar alas a aquellos que detestan que la sociedad se gobierne de forma democrática, aquellos que creen que los ciudadanos somos malos o tontos (o las dos cosas) y no somos capaces de elegir quien nos gobierna, aquellos que consideran que debemos volver a ser siervos de un líder, un «capitán» que nos mande y al que obedezcamos sin rechistar. También resulta triste ver como los viejos partidos (y sus diferentes entornos empresariales o mediáticos), que fueron los verdaderos causantes de los grandes problemas que llevaron al surgimiento de la «nueva política», no sólo no han salido igual o más perjudicados que sus rivales novatos, sino que siguen en una posición de poder casi tan importante como la de hace siete años, mientras que la situación no ha hecho más que empeorar: algunos dirán que es inteligencia y experiencia política que la ciudadanía premia, otros pensarán que estuvieron en el ajo todo el rato, sabiendo perfectamente como evitar que los recién llegados pudieran arrebatarles el trono. Es decir, este ciclo político deja que la «partitocracia» siga viva, mientras que la esperanzas en una democracia real se esfuman.

Pero lo realmente triste es ver cómo lo que empezó siendo una suma entre indignación por la situación pero, a su vez, ilusión por cambiar y mejorar la política del país, ha acabado en más indignación de la que había y en que ahora, en lugar de ilusión, lo que hay es miedo al futuro y a lo que éste pueda deparar a una sociedad y un país bastante dañados. Por desgracia, este es el escenario que nos dejan estos casi siete años de «revolución política» (o «regresión política», según se mire), y con el que tendremos que afrontar las circunstancias que vayan apareciendo, que parece que no serán pocas. 

ecoVitab

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2 respuestas

  1. Una madura reflexión, la incógnita, grande, y ahora estamos enredados en sensacionalismo, llamar la atención, pero¿quién analiza las medidas que se vayan tomando? ¿Quiénes ponderan, sopesan, discriminan?… Hay casi empacho de “noticias”, y falta de análisis racional…

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