Llegó septiembre. Llegó después de unos meses vividos con preocupación, nervios e inquietud. Con todos esos estados por los que hemos pasado y de los que no terminamos de despedirnos, nos disponemos a dar un paso hacia un nuevo estado de incertidumbre: Nuestros pequeños (y los que nos son tan pequeños) están a punto de proseguir con su obligatoriamente interrumpida educación.
Y ahí es cuando viene una pregunta que nos hacemos gran parte de padres y familiares: ¿Esto cómo narices se guisa? Resulta muy complicado creer que nuestros pequeños no van a tener contacto físico, ya que muchos de ellos están deseando abrazar a ese amigo que hace meses que no ven. Surgen muchas dudas. ¿Cómo se van a efectuar las labores de desinfección? ¿Qué se va a hacer para que se mantenga una mínima distancia de seguridad? Lo único que está clarísimo es que no se puede aplazar más una educación que, en estos tiempos más que nunca, es de vital importancia.
Ahora podría decirle a todos esos docentes, todavía más dubitativos que los padres, cuál es la solución, pero realmente no creo que yo, ni nadie, tenga la absoluta certeza de poder hacer las cosas totalmente correctas. Lo que, como padre, sí tengo claro es que, hoy más que nunca, voy a confiar plenamente en los educadores. Todos ellos ya han estado haciendo la difícil y fundamental labor de impartir educación a nuestros peques, a nuestro futuro.
Creo enormemente que solo delegando y confiando podemos respirar un poco más tranquilos. Debemos saber que nuestros hijos están en buenas manos, que van a tener todos los cuidados y atención precisos, que ellos se van a comportar para evitar esos temidos contagios y que van a recibir esa dosis de cultura y educación necesaria.
Y una vez mitigados, o al menos aparcados, esos miedos deberíamos seguir con la educación… Pero no con la de los jóvenes, sino con la nuestra, con la de todos. Parece que olvidamos, y desgraciadamente a marchas forzadas cada vez más, que la educación no es solo conocimiento sino también respeto, humildad, comprensión, bondad, agradecimiento y tantas otras virtudes que se están olvidando a la carrera.
Olvidamos el respeto cuando no usamos mascarilla sin pensar que el de enfrente también se la pone por nosotros. Olvidamos la comprensión hacia los miles de sanitarios que se la juegan diariamente y perdemos los nervios con ellos porque hemos tenido que esperar nuestra cita (qué es la más importante claro). No estamos dispuestos a sacrificarnos un poco por el bien de quien está enfrente. Y la humildad brilla por su ausencia en esta sociedad de «postureo».
En definitiva olvidamos que la educación no es algo que se deba exigir exclusivamente a los jóvenes, sino que es un concepto básico en la humanidad. Y es humanidad lo que realmente necesitamos, necesitamos ayudarnos entre todos. Si fuera posible, hacer felices a los demás, no odiar ni despreciar a nadie, en resumen, reforzar esa humanidad que se está perdiendo.
El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero para ello debemos de hacer tanto hincapié en la educación y el conocimiento como en la humanidad.
Y no solo en la de los niños o adolescentes.