Mi amigo filósofo vuelve a citarme en el ya conocido pajar de Almansa, el que carece de cerrojos y cerrajas. Por la sencilla razón de que está abierto a la siempre dificultosa búsqueda de la verdad cual si de una aguja se tratara. Y me ha hablado de alguien que el Profesor filósofo Alfaro tiene en gran consideración, aunque es posible que desconozca el interesante matiz de este pensador acerca de que la filosofía y la religión deben coexistir y complementarse, nunca excluirse. Os resumo la intrincada y profunda reflexión metafísica sobre Jürgen Habermas.
Este filósofo y sociólogo alemán (1929), conocido por sus trabajos en filosofía práctica, hace esporádicas alusiones a la religión y, siguiendo a Weber y Durkheim, afirma que se da la superación de la religión en una sociedad y cultura que ha ascendido al nivel discursivo. Quiere superar y olvidar la religión, pero no puede en determinadas cuestiones: su misticismo ateo (como el método de Levinas “Zimzum”, Dios se contrae para dar lugar al hombre y se oculta; y entonces nace el anhelo del hombre por la ausencia del Absoluto) y si Dios está ausente del mundo, éste está en manos del hombre e incluso el destino de Dios también depende del hombre al alejarse Dios con la creación. Al retirarse Dios, el hombre es el sujeto de la historia. Pero el hombre tiene la responsabilidad frente a las injusticias y contradicciones de nuestro mundo.
La religión es insustituible: por su función de consuelo frente a la muerte, el sufrimiento individual y la pérdida de la felicidad, algo que la filosofía no ha podido obviar.
Según Weber, al racionalismo occidental le antecede una racionalización religiosa. Al inicio se da un mundo mítico y mágico donde se mezclan los saberes y los ámbitos; luego se diferencian en ciencia, arte, derecho y ética como mundos independientes unos de otros. Hay un desencantamiento del mundo, debido a un proceso de racionalización y abstracción. La aportación de Habermas: la ética comunicativa de la fraternidad que se codea con la ciencia moderna y el arte autónomo, pero que es heredera de la religión, concretamente en la ética del discurso que supera el potencial de lo sagrado (Durkheim).
La religión en esta sociedad moderna ya no ofrece una cosmovisión o imagen totalizadora y unitaria. Estamos en una época pluralista y postmetafísica. Aunque la religión mantiene dos funciones posibles: la expresivo-simbólica o capacidad para expresar lo que no se puede expresar de otra manera (lo extracotidiano dentro de lo cotidiano) y la socializadora y personalizadora por dar valores morales y actitudes de motivación personal. Pero su filosofía ya no pretende sustituir a la religión ni detentar una posición de exclusividad y tendrá que coexistir con ella sin apoyarla ni combatirla. Su visión de la religión está ligada a la de la sociedad y hace un sitio a la religión en las dimensiones de lo humano que el pensamiento discursivo no es capaz de expresar. Y la filosofía ya no excluye a la religión sino que coexiste con ella.
Ya lo decía Sta. Teresa de Ávila: “las verdades de la fe son las más ciertas”. Porque salvan al hombre de su limitación e indigencia y colman de sentido su vida. Las demás -científicas o filosóficas- son opinables, a veces erróneas, contradictorias, y siempre limitadas e insuficientes. Las digan Ortega, María Zambrano, Schelling, Habermas o Don Agustín Andreu, referentes asiduos del profesor y amigo Don A. Alfaro.