Año 2020: pandemia con millones de infectados y muertos. Un virus amenaza nuestras vidas como si de un implacable y cruel asesino se tratase. ¿Pero es este el final?
Para las personas supervivientes, por fortuna, no lo será. La llegada de la ansiada vacuna nos devolverá a todas y todos a nuestra “cómoda” burbuja de realidad local donde volveremos a vivir como antaño, con nuestros placeres y preocupaciones.
No obstante, mientras esta situación dure, en el Gobierno de España tenemos al primer gobierno de coalición de nuestra Historia moderna, el cual está construido por distintos partidos, entre los que destacan el PSOE, Podemos e Izquierda Unida. Dichos partidos, situados (unos más y otros menos) en la izquierda del espectro político, son todos herederos en mayor o menor medida de la socialdemocracia originaria, configurando así lo que podríamos denominar actualmente como la izquierda hegemónica, la socialdemocracia moderna.
No estamos aquí para juzgar las acciones concretas de este gobierno o valorar si son más o menos adecuadas. Estamos aquí para otra cosa. Aunque una evidencia clara sí existe con respecto a este gobierno: está demostrando ser realmente solvente en cuanto a protección social se refiere. En una crisis sin precedentes, ha presupuestado ayudas millonarias para no dejar en la más absoluta de la pobreza a millones de trabajadoras y trabajadores que se veían abocados al desempleo provocado por la pandemia.
Pero insisto: no estamos aquí para juzgar al actual Gobierno. Estamos aquí para juzgar el desarrollo de la Historia y el papel que en ella tiene la socialdemocracia.
Para ello, primero de todo, debemos entender cómo funciona la Historia. Porque… No seamos ingenuos… La Historia y el avance social no se supeditan a las decisiones de X políticos, X reyes, X caudillos o X gobiernos socialdemócratas de turno. Estas y estos actores políticos interfieren en la Historia y la modifican, pero no la determinan de manera inexorable, al contrario de como sí lo hace el desarrollo de las fuerzas productivas.
Como explica un clásico autor: “esto significa que la Historia es, ante todo, la Historia del desarrollo de la producción, la Historia de los modos de producción que se suceden unos a otros a lo largo de los siglos, la Historia del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción entre los individuos”. Las relaciones de producción vienen determinadas por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Y su principal característica, y lo que lo hace esencial, es que los cambios ocurridos en el modo de producción provocan inevitablemente el cambio y la reorganización de todo el sistema social, político y económico.
Cuando hablamos de “desarrollo” de las fuerzas productivas nos referimos a la modernización de la industria, de la maquinaria, de las herramientas informáticas, a la formación de las y los trabajadores para los puestos de trabajo y, en definitiva y como consecuencia de todo ello, a la manera en que la Humanidad produce los bienes materiales y los servicios y los pone a disposición de la población general para su comercialización y disfrute.
Pero, ¿por qué, como antes hemos dicho, el cambio en las relaciones de producción termina desembocando de manera inevitable e infalible en un cambio del orden social? Veamos ejemplos:
Pasó cuando las primeras sociedades humanas crearon la agricultura y la ganadería (es decir, desarrollaron las fuerzas productivas): todo el sistema social cambió por completo y pasaron del nomadismo al sedentarismo.
El desarrollo de las fuerzas productivas en el medievo (mecanización de la agricultura y surgimiento de la la industria) provocó el cambio de sistema social, político y económico, pasando del feudalismo al capitalismo liberal.
Este es el mecanismo de la Historia. Así es como ha avanzado la Humanidad a lo largo de los siglos y milenios. Perola razón fundamental de que este desarrollo provoque el avance de la Historia, es el elemento humano de las fuerzas productivas. Es decir: los trabajadores y trabajadoras son los responsables del avance de la Historia.
En todos los modos de producción existentes hasta la fecha ha existido un dualismo, una contradicción: esclavo-amo, plebeyo-señor feudal, trabajador-empresario. Esta es la razón fundamental que da forma a todo. Este hecho es lo que ocasiona que, cuando hay un gran desarrollo de las fuerzas productivas, estas contradicciones se potencian hasta el punto de que hacen tambalear los sistemas sociales, políticos y económicos.
Así es como se superó el modelo feudal y todos los anteriores. Así es como surgió el modo de producción capitalista. Es esta lucha de contrarios, es esta potenciación de las contradicciones entre segmentos abiertamente contrapuestos de la población, lo que da lugar al avance de la Historia. Es la lucha de las clases la que origina, moldea y da forma a la Historia.
La clase dominada quiere liberarse de su yugo. Y esta clase oprimida encuentra el momento idóneo para rebelarse y moldear un nuevo orden social justamente cuando el preexistente está en declive y en decadencia: cuando el desarrollo de las fuerzas productivas supera lo que el propio sistema puede soportar.
Así, amigas y amigos lectores es como funciona la Historia. Desde el paleolítico con su comunismo primitivo, pasando por la Edad media y su feudalismo, hasta llegar a nuestros días donde reina el capitalismo neoliberal.
Pero la Historia no ha frenado su curso. Sigue caminando y corriendo. Y avanza a pasos agigantados. Nos encontramos inmersos todos y todas en una nueva revolución industrial-tecnológica que, como la Historia nos ha enseñado, conllevará ineludiblemente un alto y rápido desarrollo de las fuerzas productivas. Según las enseñanzas que nos brinda el estudio científico de la Historia, esto significará que por las condiciones mismas en que actualmente se producen la mercancía y servicios que consumimos y demandamos, las fuerzas entrarán en frontal contradicción con el modo de producción a las que están sujetas y, a tal efecto, entrarán también en contradicción con el sistema social, político y económico imperantes en nuestra actual sociedad.
Lo que significa que, queramos o no, más temprano que tarde, un cambio social radical será llevado a cabo.
“¿Pero cuál será el sujeto revolucionario/clase oprimida que será protagonista del próximo gran salto de la Historia?” os preguntaréis. Para responder a esta pregunta no debemos realizar predicciones basadas en nuestras creencias personales, sino analizando de manera objetiva y científica la realidad. Llevando a cabo este análisis nos damos cuenta de que el sector de la sociedad que más está sufriendo el desarrollo de las fuerzas productivas es el proletariado industrial.
La robotización de la industria está llamada a ser, por parte de muchas y muchos famosos economistas, politólogos y sociólogos, la pandemia social del siglo XXI. El rápido desarrollo de la tecnología será el germen.
Este rápido y vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas ocasionará la pérdida de millones de puestos de trabajo ocupados actualmente por trabajadoras y trabajadores, haciendo que pasen a ser ocupados por máquinas mecanizadas, es decir, por robots industriales.
Creando así una masa de trabajadoras y trabajadores parados, para los que el mercado de trabajo no podrá encontrar una recolocación. El avance acelerado de la tecnología industrial conllevará el surgimiento de un gran sector de la población sin aspiraciones laborales condenado a la pobreza (porque quien no trabaja, no tiene dinero; y sin dinero no se puede sobrevivir dignamente).
Por tanto, el cambio social será inevitable. Y la clase trabajadora industrial será la protagonista de ese cambio.
Una vez nos damos cuenta de ello y lo asumimos como inevitable, debemos reflexionar sobre el papel presente que juegan las fuerzas políticas hegemónicas. Hemos de reconocer que la Historia, de manera ineluctable, acabará con el orden actual. ¿Pero qué hacer mientras tanto?
Y es aquí donde obtenemos dos respuestas diametralmente opuestas dentro del seno de la izquierda: revolución contra socialdemocracia.
Las fuerzas revolucionarias creen necesario hacer ver a la población las contradicciones de clase. Creen necesario protagonizar el cambio social y ser la vanguardia del mismo para llevarlo a cabo cuanto antes y que este tránsito hacia el nuevo modelo sea rápido.
El bando socialdemócrata, sin embargo, es partidario de respetar las dinámicas propias de la sociedad existente y el desarrollo histórico. Su labor consiste en mejorar las condiciones materiales de vida de la clase media y la clase trabajadora sin plantearse cambio de sistema alguno.
Es en esta dicotomía cuando debemos ser analistas y objetivos. Si tomamos las leyes de la Historia como ineludibles, debemos afrontar que el cambio, antes o después, llegará.
Y, mientras este llega, ¿no deberíamos intentar mejorar las condiciones materiales de la clase trabajadora y la clase media para que su vida sea más llevadera? La respuesta lógica y, sobre todo, humanista es: sí.
Si asumimos a la socialdemocracia moderna como necesaria en el contexto político actual (para mejorar las condiciones materiales de existencia de la clase trabajadora y la clase media sin el empleo de la violencia revolucionaria), caemos en el siguiente escenario: la socialdemocracia se convierte en una suerte de agente político con una característica y contradictoria esencia dicotómica de mal-bien necesario: mal porque perpetúa el modo de producción capitalista y las relaciones de producción; bien porque, aunque sin cuestionar el sistema capitalista (la socialdemocracia moderna, ya que la originaria sí lo cuestionaba y deseaba acabar con él), mejora de manera real y tangible las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora.
Y es este el punto, compañeras lectoras y lectores, al que quería llegar. El punto de reflexión sobre el papel histórico de la izquierda revolucionaria y la izquierda socialdemócrata. ¿Vale la pena luchar contra la socialdemocracia en pos de un horizonte revolucionario? ¿Podemos aceptar como inevitable el desarrollo de la Historia? ¿Es asumible el apoyo a la socialdemocracia desde posiciones revolucionarias? ¿Debemos las y los revolucionarios lanzar un alegato por la defensa de la socialdemocracia?
Gracias por leerme, compañeras y compañeros.
Un comentario
Lamento tener que recordarle que Izquierda Unida, Podemos y PSOE no son herederos, ni en mayor ni menor medida, de la socialdemocracia originaria. Tampoco configuran lo que podríamos denominar actualmente como la izquierda hegemónica.
La socialdemocracia moderna es la cara amable del neoliberalismo, adoptado por el PSOE, que debería quitar la O de obrero de sus siglas pues a este sector social no solo no lo defiende, lo ningunea. La socialdemocracia es la forma en la que el liberalismo ha permitido actuar en politica a partidos, que fueron originariamente marxistas y posteriormente aburguesados, después de la guerra mundial por miedo a que, por una falta de flexibilidad política, la URSS ayudará a esos partidos, repito, originariamente marxistas.