Las ocres y pardas tierras de esta mítica ciudad manchega tienen el privilegio de ver cruzar las estaciones con puntualidad. El tiempo de otoño o de primavera les llega con verdadera exactitud. Es grato observar el cambio del cielo, el color de sus montes y de su ambiente ciudadano. El otoño es tiempo de nostalgias, mezclado en ocasiones por la belleza de su cielo, mucho más levantino que manchego. En invierno, los parajes almanseños se vuelven gélidos, oscuros y sombríos, dejando besos de nieve en las verdes ramas de sus pinos, aflorando la fragancia de olorosas plantas silvestres esparcidas por los montes más cercanos. En la ciudad el invierno se presenta sin llamar a la puerta, con días y noches de una crudeza cruel, rigurosa y mortificante.
Nubes azules forman la techumbre del paisaje dejando entre las mallas de sus velos de ilusión, algunos hilos de oro del sol de mayo posándose en los tejados que adornan la ciudad. Tejados limpios, rectilíneos y uniformes, con un predominio del color pardo-rojizo, como la propia sangre de sus habitantes.
A lo lejos quedan los campos dorados de Castilla, el contraste con la meseta y la inmensa llanura manchega, originando un cambio drástico para quien llega hasta esta noble ciudad que desde tiempo inmemorial ha sido encrucijada de caminos.
Las campanas de la iglesia de la Asunción lanzan a todas horas su canción de bronce, cruzándose con la mirada penetrante y melancólica de sus gentes que pasan como flechas invisibles por esa inmortal cuadrícula de su casco antiguo. Subir a su Castillo y divisar en lontananza su extinguida huerta, su armonía urbana o la barrera montañosa del Mugrón, es visita obligada para todo aquél que por primera vez llega a esta peculiar ciudad. Castillo que tiene luz y nombre propio, y en sus piedras, están incrustadas desde hace siglos su gloria, su sensibilidad y su alma. Un alma abstracta e indeterminada del fervor que siente todo el pueblo, volcado en un amor profundo por las tradiciones.
Almansa nunca reflejó un carácter mísero, áspero, tétrico y bronco con que literaturas tenebristas la presentaron en alguna ocasión. Basta ir allí, hablar con sus gentes y pasear por sus calles, abiertas a todos los vientos y a todas las esperanzas para entender que esa visión obsesiva con que la quisieron presentarla, no descansa en base real. Almansa, nunca fue un lugar inhóspito e incómodo. Aquí hay laboriosidad, alegría, entusiasmo y afán por vivir el presente y esperar con cierta desazón el futuro, siendo impresionante el poder telúrico de sus hombres, como lo es también el fenómeno de adhesión a la tierra que les vio nacer.
En sus calles y plazas se siente la historia día a día, preocupándoles su porvenir de ciudad industrial que trasciende en ocasiones a posturas extremas y a veces a momentos más radicales que conservadores. Este fenómeno de adhesión que tiene la ciudad a su pasado, a su gloriosa historia y a su lucha por las libertades y reivindicaciones, bien lo ha demostrado a lo largo de su historia. Sus amores y sus odios han sido siempre intelectuales, y por ello, mucho más profundos. Amor que antes de vaciarse en halagos explota, expandiendo su ansia cósmica y su anhelo de Universalidad. Almansa ha sido desde tiempo nombre y solera de sus hombres, y ellos con su esfuerzo, valentía y sacrificio hicieron posible esa Universalidad de la que en multitud de ocasiones han hecho gala.
Cuando uno llega a Almansa se siente desbordado de atenciones. La belleza de su entorno, la calidad mareante de sus ricos caldos y su recia y variada gastronomía, constituyen con exceso motivos de atracción para quienes por primera vez pisan esta tierra. Es cierto que Almansa es austera, pero no astringente ni áspera, sino más bien, me atrevería a decir –retirada, mortificada, penitente–, pero de ningún modo adusta de rigidez y mezquina de trato. Su sobriedad, redondea su firmeza de ciudad, teniendo rasgos personalísimos e inconfundibles con otras ciudades vecinas. Toda su estructura urbana está bajo ese Castillo cargado de leyenda, de batallas y de historias gloriosas.
Almansa ha sido desde siempre fiel a sus tradiciones. Romerías, devoción a la Virgen de Belén, a sus fiestas de moros y cristianos, a la idiosincrasia de sus barrios y a todo aquello que desde antiguo le ha dado carácter de ciudad antológica y laboriosa.
Y ante todas estas esencias –muchas de ellas gratificantes–, los almanseños no deben olvidar avanzar y marchar en libertad, logrando siempre una armonía entre pasado y presente, entre tradición y futuro, entre legado y progreso, entre herencia y desarrollo. Desarrollo y trabajo que en estos tiempos han de buscar con ahínco y perseverancia los gobernantes y aquellos que levantan la voz haciéndose llamar salvadores, para que juntos encuentren un nuevo camino que sirva de alivio al pueblo almanseño que entre la desazón y el infortunio siente con inmenso dolor cómo se ha ido destruyendo su tejido industrial de manera hipócrita y absurda.
Almansa, todo un carácter. Por Alfonso Hernández Cutillas.
Un comentario
Un canto glorioso a la ciudad que, a mi juicio, usa y juega con exceso innecesario con los tópicos locales, y todo ello ¿para que?, con el objeto de finalizar con una justa crítica -solitaria- a la pérdida del carácter industrial local. Hay ritmo y congruencia en las letras de Hernandez Cutillas, también una glosa empalagosa de la ciudad que me vio nacer.