María del Pilar Mancebo nació el 11 de octubre de 1944. Aunque es hija única, su infancia fue muy feliz, siempre rodeada de sus padres, abuelos, tíos y, sobre todo de sus primos, a los que siempre ha estado muy unida. Su abuelo materno tuvo ocho hijos y casó a tres de ellos: dos hijas (una de ellas su madre) y un hijo, a la vez, en una misma ceremonia. Más tarde, nacieron tres primos, en el transcurso de un mismo mes.
Las dos nenas, su prima María Belén y ella, fueron hijas únicas y se criaron casi como hermanas, hasta el punto de que las vestían como si fueran gemelas. Junto a su primo José Antonio, tomaron la primera comunión y, hasta hoy, siguen queriéndose como hermanos.
Fue al colegio “Esclavas de María” y allí nació la amistad con muchas de sus amigas. Empezó la carrera de Comercio, ya que a su papá le hacía mucha ilusión que continuara con la gestión de la tienda, aunque lo que a ella le gustaba era ser enfermera.
Estando en el colegio, la nombraron “Reina de los Estudiantes” y los tunos fueron a rondarla a su casa. Allí se prendó de los tunos, tanto, que unos años después se casó con el maestro director de la tuna.
Toda su alegría, las fiestas de disfraces, las excursiones con amigos…, se truncaron cuando, estando en “Las Fuentecicas” paseando con los amigos, avisaron de una terrible noticia: su mamá había muerto de repente. Ninguno de los que la acompañaba se atrevió a decírselo y, cuando llegó a su casica, encontró a su madre sobre una sábana, debajo de los pinos, como si estuviera dormida. Ese momento cambió su vida para siempre: tuvo que dejar los estudios y se hizo cargo de la casa y de su papá que era diabético y necesitaba atención. Aprendió a ponerle las inyecciones, a cocinar y empezó a trabajar con él en la tienda.
Momento Felix fue cuando conoció a José Luis, se hicieron novios, se casaron en junio de 1967 y siguieron viviendo con su padre, en su casa, para que no estuviera solo.
Con 27 años ya tenía cuatro hijos y poca ayuda, ya que la familia de su marido es de Burgos. «Así es que, gracias a mi prima “gemela” y a su madre, que siempre me echaban una mano, pude sacar adelante la casa y la familia», recuerda agradecida.
María del Pilar se inscribió en un Curso de Auxiliar de Clínica. Iba a clase por las noches, cuando acostaba a sus hijos, y estudiaba cuando se marchaban al colegio. Fue una época muy dura pero aprobó, y aunque nunca ha ejercido, cuenta orgullosa con su título.
Tras esta etapa, volvió a la tienda, donde siempre se ha encontrado muy a gusto con las dependientas a las que ha considerado y querido como familia: «Igualmente he vivido muy buenos momentos con los compañeros de nuestra Cooperativa de juguetes». Más tarde, por un grave problema de cervicales con el que aún convive, tuvo que dejar definitivamente el trabajo en la tienda.
Ha tenido unos amigos estupendos en todas las etapas de su vida: en el colegio, en Ayora, en la pandilla de la época de novios… sin olvidar a los compañeros de cursillos prematrimoniales que colaboraban con el Párroco de La Asunción. Recuerda con agrado las reuniones nocturnas que preparaba en su casa, donde acudían sus compañeros y planificaban las actividades propias de los cursillos.
Algunos domingos se juntaban en el campo las familias, incluidos los nenes; así, tanto los padres como los hijos, se hicieron inseparables. Ya mayores, han empezado a sufrir la pérdida de alguno de esos queridos amigos… Y afirma que le honra haber compartido con ellos esa hermosa amistad y, también, les agradece todas las ayudas que le han proporcionado.
Lo que más le ha gustado hacer en su vida ha sido bordar, pintar, leer y, sobre todo, viajar a la costa porque le entusiasma el mar. Lo empezó a hacer cuando tuvo a su hijo más pequeño y podía dejar a los otros solos… Ahora, en la vejez, le gusta escaparse en cuanto puede a pasear por la orilla del mar.
A los 44 años, cuando nadie lo esperaba, nació su quinto hijo. Con una diferencia de 21 años respecto del mayor, supuso una nueva revolución en su vida. Sus hermanos mayores, José Luis y Narci, fueron los padrinos en su bautizo. Años después, cuando su hija se casó y sus tres hijos mayores tenían novia, les propuso que se casaran los cuatro a la vez y rememorar así la boda triple de cuando se casaron sus padres, pero los tres hermanos corearon a la vez: «¡No, mamá!» … y hasta hoy no han hecho que se vista de madrina.
Su hija tuvo mellizos y fue una gran alegría para la familia. En cuanto se enteró de su embarazo, como siempre ha sentido devoción por las nenas, pensó que alguno de los dos podría serlo… pero no: fueron dos niños y así sus dos nietos Rodri y Guille confirmaron una de sus frases más repetidas: «Mis hombres y yo».
Doce años después, para sorpresa de todos, tuvo una nieta: Martina, por fin la tercera mujer de la familia de los trece que son; para que luego digan que hay más mujeres que hombres… Pilar está feliz con su nieta y, con ella, juega a cosas que nunca imaginó que volvería a hacer. Reconoce que ha vivido, ha disfrutado, ha sufrido… pero, sobre todo, ¡ha merecido la pena! Especialmente por contar con la familia que tiene que, por supuesto, no cambiaría por nada.