Una reflexión de esperanza sobre la DANA desde Almansa | No podemos instalarnos en el miedo. Necesitamos dinámicas de esperanza. No podemos volver a vivir como los griegos, pensando que unos dioses arbitrarios deciden lo que va a pasar y tenemos que resignarnos a las consecuencias y efectos de las catástrofes. Tampoco las nuevas generaciones pueden vivir en la culpa, pensando que nos merecemos esto por haber maltratado el planeta. Tenemos que intentar aceptar esa culpa, vivir con ella y levantarnos, a sabiendas de lo importante que es no aislarnos en la individualidad y afrontar el problema de forma colectiva, con apoyo mutuo y con cuidados.
Pensar con esperanza
Duros han sido estos días tras el desastre producido por las tormentas cerca del litoral valenciano y el interior de nuestra provincia albaceteña. Han sido pérdidas irreparables a nivel material y humano que han ocasionado un profundo dolor a las víctimas de esta tragedia, familiares y amigos. Toda mi fuerza y mi valor vayan con estas personas que han pasado por una de las situaciones más difíciles vistas en décadas. De la misma manera, una angustia considerable ha crecido dentro de la población española. Un malestar que reconocemos en un Otro cercano, en nuestros paisanos, en las tierras que a veces visitamos, sea para estudiar o trabajar, sea con motivos ociosos.
Ese malestar del que quiero hablar hoy lleva nombre, y es el miedo. Escenarios postapocalípticos han llenado nuestros televisores y teléfonos móviles sin parar, con imágenes y vídeos que nos ha costado visualizar. Buscamos la evasión y el refugio en una esfera individualista, que nos haga estar mejor y huir del temor que sentimos por nuestros vecinos, que nos hace sentir vulnerables. Ese miedo paraliza, envenena, atiza el odio y mata todo germen de esperanza. Acarrea pérdida de solidaridad, empatía y cuidado.
Se puede tener miedo al futuro, pero las decisiones que se toman por miedo mutilan los pensamientos y las acciones que favorecen mejores futuros posibles. Las vidas humanas necesitan un horizonte, un lugar que aporte sentido. El miedo nos roba este sentido y es el caldo de cultivo donde crece la intolerancia.
Desde hace años he investigado la ficción climática, un género que se ocupa de hacernos pensar, mediante la literatura y el cine, futuros posibles donde el ser humano tiene que afrontar los daños provocados por el incipiente cambio climático. Hasta ahora, este género nos servía para concienciarnos de problemas que pueden llegar a ser reales en el futuro para que actuemos en el presente. Hoy en día, tras los acontecimientos de las últimas semanas, es natural pensar que algunas de esas distopías literarias ya han aterrizado en nuestra cotidianidad.
En cierto modo, retornaremos a los griegos si pensamos que no podemos hacer nada y hemos de aceptar los designios arbitrarios de los dioses, que hora ocasionan tormenta aquí, hora deciden tormenta allá. Así, solo nos resignaremos a las consecuencias y efectos de las catástrofes, y ese miedo nos paralizará o nos hará huir de nuestras tierras, provocando migraciones climáticas. Tampoco las nuevas generaciones pueden vivir agobiados por la culpa, pensando que nos merecemos esto porque algunos intereses de nuestra especie hayan maltratado el planeta con anterioridad.
Sin embargo, tenemos que aceptar esa culpa, vivir con ella, levantarnos de forma colectiva -a sabiendas de lo importante que es no aislarnos en una individualidad que nos evade y que facilita que la población sea dominada- y afrontar los problemas con apoyo mutuo y cuidados, con un horizonte de sentido fundamentado en la esperanza. La esperanza abre el futuro. La esperanza es el motor de la acción. La esperanza no es un quedarse sentado deseando que algo mejor llegue. Es alargar la columna vertebral para estirarse y mirar lejos, para saber a dónde queremos llegar. Es un incitador del cambio, una mirada hacia los demás para caminar juntos.
Decenas de miles de personas se han dirigido a los puntos afectados para ayudar a quienes lo habían perdido todo. Jóvenes de todas partes han tirado estigmas y prejuicios sociales abajo para dar todo su tiempo a personas que lo necesitaban. Vecinos agradecidos por todo lo que la gente está haciendo por ellos, evitando las cámaras y el turismo de catástrofes. Gente sincera y honesta, gente que se calza las botas con gusto.
Cuidándonos, apoyándonos, así es como hacemos frente al miedo. Viviremos mejor teniendo en cuenta el potencial que, como humanos, en conjunto, tenemos. Citando a Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la esperanza? Para eso sirve, para caminar».