Entre los 3.750 asientos ocupados para ver la Recreación Histórica de la Batalla de Almansa, hay uno que guarda un secreto: una leyenda de Star Wars se encuentra entre el público. Sentada bajo un claro sol de abril —entre familias, curiosos y amantes de la historia— destaca la figura discreta y alargada de un hombre que observa el espectáculo con interés. Lleva un gorra color caqui, y el pelo rubio, revuelto, más canoso hacia las sienes. Porta unas icónicas gafas tintadas con montura estilo años 80 que le confieren un aire elegante, como de director de cine.
No parecen un capricho de estilo: para quien escribe estas líneas son el recordatorio continuo de que una vez desafió al mundo entero, y ganó. Un guiño a aquellos días en que, junto a un joven George Lucas casi derrotado, supo ver más allá y apostó por una historia de naves espaciales, rebeldes armados con «tiradores láser» y esperanza. Un tiempo donde, contra toda lógica, su fe en lo imposible forjó uno de los universos más grandes jamás soñados. Él hizo posible Star Wars cuando en España aún no se llamaba Star Wars, sino La Guerra de las Galaxias. Él es Peter Beale (Londres, 1943), productor cinematográfico de taquillazos como Alien, el octavo pasajero (1979).
Entre 1973 y 1978 ocupó el puesto de director general de producción de 20th Century Fox en Reino Unido, periodo en el cual contribuyó a que se rodaran películas como The Rocky Horror Picture Show (1975), La profecía (1976) o El Imperio Contraataca (1980). Hoy, en sus lentes oscuras se reflejan los caballos, cortando el aire con sus crines salvajes; las bayonetas; el humo de los cañones que envuelve a los casi 400 recreadores en una danza brutal y precisa.
El retumbar de las piezas de artillería, incluyendo el cañón más grande jamás forjado, sacude el suelo como si la tierra misma recordara la sangre que la regó hace tres siglos. Ahora, en el ruido de la pólvora y el galope de las bestias, una de las figuras precursoras de la saga de Star Wars parece encontrar en Almansa un eco de aquella hermosa locura: la de creer, aún cuando todo parece perdido.
La primera entrega de La guerra de las galaxias (1977) representó una lucha de George Lucas contra los elementos. Todos los estudios de cine le habían cerrado las puertas a su proyecto por considerarlo inviable económicamente. Entonces fue cuando conoció a Peter Beale. Los dos tenían poco dinero, treinta años y muchas ganas de dedicarse al cine. En ese momento, Lucas tenía entre manos el guion de Star Wars —Una nueva esperanza, para más inri— y Beale apostó por él.
El productor británico reunió a los mejores técnicos de efectos especiales del país y alentó a un George Lucas desencantado, que venía de capa caída tras el fracaso de su primer largometraje. No solo eso. El propio rodaje fue toda una epopeya: R2D2 no funcionaba en el desierto, una tormenta destrozó los decorados y el Ejército argelino apareció preguntando por «esas armas tan raras» con cara de pocos amigos. A pesar de todo, Beale tiró del «poder de la fuerza» y arriesgó por este film que no sólo arrasó en taquilla, sino que forma parte de una de las sagas más importantes de la historia del cine.
De orquestar batallas en el espacio a admirarlas en Almansa
Entre el estruendo de los cañones, las formaciones militares y un campamento que huele a pólvora y cuero, se pasea este espectador tan especial que, de algún modo, también parece salido de una película. La historia que trajo a esta figura fundamental en la gestación de la Star Wars a Almansa tampoco desmerece a las mejores aventuras.
Siendo un joven ayudante de dirección, Peter Beale desembarcó en el desierto de Almería para rodar la épica Lawrence de Arabia (1962). Años después también trabajaría en España, esta vez en la oscarizada Doctor Zhivago (1965). Pero fue trabajando en la primera película cuando descubrió los paisajes infinitos del sur y el mar luminoso de Carboneras, quedando irremediablemente enamorado de esta tierra. Tanto, que construyó allí una casa, su refugio personal, donde todavía hoy reside junto a su mujer Francesca (quien le acompañó durante su visita a Almansa).
La vida, como los grandes guiones, tiene sus propios giros de trama. Peter, ya consagrado como una leyenda del Séptimo Arte y tras haber trabajado con directores como Fred Zinnemann, Roman Polanski, Ridley Scott y David Lynch, regresó a su casa en Carboneras buscando algo que Hollywood no podía ofrecerle: paz, belleza y raíces.
En España conoció a Manuel Olaya, presidente de la Asociación 1707 Almansa Histórica, encargada de la recreación. Fue en un evento de lo más inesperado: como jurados en un concurso de misses. De aquella peculiar coincidencia nació una amistad sincera, tejida con la misma pasión que une a quienes aman las historias bien contadas, ya sean en el celuloide o sobre el polvo de un campo de batalla. Desde entonces, es normal ver a uno de los artífices de Star Wars paseando por Almansa en primavera.
Este abril, Peter Beale quiso ser espectador, por primera vez, de la Recreación de la Batalla de Almansa. Acompañado por Olaya (así como por el productor cinematográfico almeriense, Ignacio Mañas y su mujer), se dejó ver entre tambores de guerra, uniformes azulados y estandartes ondeando al viento. Cercano, amable, con esa chispa inextinguible de quien ha vivido mil vidas, caminó entre los recreadores como uno más, fascinado por la entrega y el realismo de una celebración que, como las mejores películas, transporta a quien la presencia a otra época. Allí, entre uniformes de época y pólvora fresca, Peter no fue la leyenda del cine que arriesgó todo por una historia sobre el valor Star Wars. Era, simplemente, un hombre que volvía a asombrarse.
«Felicitaciones y gracias por un evento memorable y por su generosa hospitalidad», escribió el cineasta a Olaya, el 27 de abril, un día después de su viaje. «Francesca y yo estamos impresionados con sus diversas habilidades: chef principal, director de recreación, historiador, guionista, director de cine y una excelente compañía. Esperamos visitar su set de rodaje en junio. Indíquenos cuál es la fecha ideal para usted. Les deseamos lo mejor, Peter y Francesca».
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