El año 1921 fue un año crucial en la Historia de Almansa. El 2 de febrero nuestro Castillo fue declarado Monumento Arquitectónico-Artístico, con lo que se iniciaban las bases para su preservación tras siglos de abandono y deterioro. Por otra parte, el 7 de junio se enterraba a D. Aniceto Coloma en un acto multitudinario que recorrió las calles de nuestra ciudad. Dos acontecimientos trascendentales que, aparentemente, no tienen relación, pero que, en mi modesta opinión, constituyen el cierre de una época y la apertura de otra.
Principios del siglo XX, época clave para Almansa
El Cerro del Águila donde se asienta el Castillo es el origen de la villa de Almansa, un emplazamiento de fácil defensa en la convulsa Edad Media pero que fue anacrónico tan pronto como se superó la inseguridad que caracterizaba el contexto histórico de la Reconquista. Esto dio lugar a un lento pero sostenido proceso de abandono y saqueo en los siglos siguientes; por otro lado, el fallecimiento de Aniceto Coloma dio paso a una nueva generación de empresarios —la cuarta— de la familia Coloma, que consolidará la mecanización de la empresa con los más modernos sistemas industriales provenientes de Estados Unidos y de la segunda fase de la Revolución industrial. Es la época del taylorismo y sus cadenas rápidas de producción.
A nivel general, los terribles efectos de la Primera Guerra Mundial y de la aún más mortífera pandemia de gripe que asoló el mundo hasta 1920, hacen que 1921 constituya la encrucijada a partir de la que se inician los «felices años 20», caracterizados por un gran crecimiento económico y unos frenéticos deseos de diversión para olvidar los terribles padecimientos de los que la Humanidad ha sido víctima y testigo.
Almansa solicitó derrumbar el Castillo
Pero como ya revelaban los mitos griegos, uno de los males recurrentes de nuestra especie es la arrogancia a la que, —como Sísifo—, la Humanidad está condenada a repetir sus errores, aunque en el caso de la historia que les voy a contar, tuvo final feliz. Ocurrió hace cien años.
En 1911, el Ayuntamiento de Almansa solicitó a la Diputación Provincial, autorización para demoler el Castillo, con el argumento de que era un riesgo para las casas vecinas por un supuesto riesgo de derrumbe. Ante esta inusual petición, la Diputación Provincial envió a uno de sus funcionarios que no tardó en descubrir que la verdadera pretensión del Ayuntamiento de Almansa, era facilitar la explotación de la cantera de yesos sobre la que asienta la fortaleza.
Un héroe anónimo… hasta ahora
Las objeciones de aquel funcionario —al que tanto debemos— paralizaron las pretensiones ocultas y, paradójicamente, activaron un procedimiento administrativo previsto en la Ley de Excavaciones y Antigüedades de 1911 que requería pedir informe a la Real Academia de Bellas Artes. Ésta envió a la ciudad a uno de sus arquitectos más prominentes: don Vicente Lampérez que elaboró un ejemplar informe que desarmó las pretensiones municipales. Pero, previniendo posibles reacciones futuras a favor de reactivar la cantera, don Vicente Lampérez propuso al Ministerio de Instrucción Pública, la declaración del Castillo de Almansa como Monumento Arquitectónico-Artístico, lo que se logró con fecha 2 de febrero de 1921, con lo que el Castillo de Almansa fue el primero de la provincia en obtener este reconocimiento.
El emblema de nuestra ciudad
Finalmente, valorando que la totalidad de los almanseños consideran a su Castillo como el emblema de la ciudad, debemos apoyar la propuesta del grupo socialista del Ayuntamiento de Almansa de incorporar al Monumento una placa conmemorativa donde figure el nombre de don Vicente Lampérez —que evitó que Almansa perdiese su Castillo—. Y ojalá que esta historia ayude a las personas que detentan temporalmente el poder a obrar con cautela.
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