Este pasado 25 de noviembre se visibilizaba la lucha contra la violencia de género. En pleno siglo XXI, en una sociedad avanzada como la nuestra, no se entiende la muerte de mujeres a manos de sus parejas o ex-parejas. Es algo que debe acabar.

Sus orígenes, y de las actitudes que la provocan, han de buscarse en épocas pasadas, en las que el padre o cabeza de familia imponía su voluntad sobre el resto de miembros. En aquellas sociedades, el individuo no valía nada en sí mismo, sino únicamente como integrante de un grupo: la familia.

En esta estrategia social, eran los hombres los que aportaban la honra familiar al resto de miembros, esposa e hijos, mientras que las mujeres se encargaban de custodiarla. De ahí la extrema importancia de que el padre vigilase a sus hijas, con el fin de que llegasen vírgenes al matrimonio y salvaguardar la honra familiar. Así, se aseguraba que el primer hijo habido dentro del matrimonio sería legítimo y permitiría la perpetuación del linaje del nuevo esposo.

Y es que las mujeres no podían permanecer solas, al contrario que los hombres, y pasaban de la custodia del padre a la del marido. O también podían ser recluidas en un convento. O en una mancebía. Estos eran sus únicos modos de vida posibles.

Por tanto, el que la hija llegase virgen al matrimonio, certificaba el éxito del padre en su obligación de mantener la honra familiar. Ahora, dicha obligación se traspasaba a su yerno. Lógicamente, en aquella sociedad el adulterio de la esposa significaba una verdadera tragedia, pues además de perderse la honra, si nacía un hijo bastardo este podría heredar los bienes del padre cornudo, algo que debía evitarse a toda costa. Por esta razón, las leyes de la época permitían al marido cornudo castigar con la muerte a la esposa y su amante, en caso de encontrarlos juntos en un lugar apartado o escondido de la vista.

La violencia contra la mujer en la Almansa de 1616

Hechos similares tenían lugar en la Almansa de época Moderna. En 1616, la almanseña Isabel Martínez era asesinada por su esposo Alonso López Benito, y algunos secuaces, en «la cuesta del castillo». En dicho lugar alejado de ojos y oídos indiscretos debió haberse citado con su amante, del que nada sabemos.

Pocos días después del suceso, la madre de Isabel otorgaba su carta de perdón ante notario, en la que, como el nombre indica, perdonaba y exoneraba de toda culpa al yerno y asesino de su hija, a la vez que renunciaba a recurrir a la justicia. Probablemente debió recibir alguna contraprestación económica.

Por si fuera poco, en dicho documento privado la misma madre justificaba el crimen de su hija debido a ser esta adúltera: «porque save que en ello hiço lo que devia el dicho su yerno, por aver cometido la dicha su muger adulterio».

Este triste suceso, que no debió ser aislado, refiere la terrible situación de las mujeres de la época, completamente a merced de sus esposos.

Desgraciadamente, muchas de estas actitudes y maneras de ver la vida perviven hoy día, y las niñas a veces se educan en casa de modo distinto que sus hermanos. Pensemos en nuestras hijas y eduquémoslas en libertad, como seres humanos libres, independientes y autónomos, para que sean capaces de vivir una vida plena a su gusto. Exactamente igual que a sus hermanos. Y a ambos, niños y niñas, enseñémosles además empatía y respeto hacia la voluntad de otras personas. Creo que así podremos acabar con esta lacra.