Alcalde republicano de Almansa. El último elegido democráticamente antes del 78. Tremenda figura histórica de nuestra ciudad. Defensor de los derechos humanos. Padre. Un hombre bueno. Su nombre titula una avenida de nuestra tierra querida y su retrato preside la Lonja. José Hernández de la Asunción ha sido honrado de diferentes formas en Almansa, pero su tumba en Albacete no tenía lápida. Esto ha sido así hasta ahora.
Un nicho para 10 personas
En el cementerio de Albacete descansan para siempre centenares de personas asesinadas por defender la su ideología. La barbaridades de la Guerra Civil provocaron situaciones como esta: los restos de 10 personas contrarias al régimen franquista descansan en el mismo nicho. Un nicho blanco, sin referencias, olvidado por las instituciones, pero no por los familiares.
En ese nicho, se encuentra el cuerpo de José Hernández de la Asunción junto a los restos de nueve personas más. El alcalde de Almansa fue fusilado en la cárcel de Chinchilla y el régimen militar-fascista se encargó de borrar su recuerdo. Pero, ahora, sus familiares, tras mucho intentarlo y superando algunas barreras de temor, han rendido homenaje a su memoria y a la de sus compañeros de camposanto, colocando una placa con sus nombres.
«Mi padre no podía morir sin ver la placa de mi abuelo en su tumba»
La Tinta de Almansa contacta con Isabel Hernández, nieta del último alcalde republicano de Almansa, para que nos explique el proceso que han llevado a cabo.
«Tras muchos intentos y peticiones al Ayuntamiento de Albacete (y tras ser ignorados), hemos decidido poner, por nuestra cuenta, una placa conmemorativa en el nicho. Por supuesto, añadiendo los nombres de los demás difuntos, a cuyas familias tuvimos que localizar investigando», explica Isabel, y añade: «Uno de los motivos que me han empujado a hacerlo es porque veo envejecer a mi padre y no me podía permitir que muriera sin ver como rendíamos este homenaje a mi abuelo».
«Ya podemos saber quiénes descansan ahí»
Isabel recuerda el desarrollo de la restauración realizada en el nicho, por cuenta propia: «Cuando fuimos a poner la placa, la tumba daba pena. Se caía, estaba llena de humedad, los ladrillos no se tenían en pié, estaba todo descascarillado. No podíamos poner la placa ahí porque se hubiera caído. Muy amablemente, un trabajador del cementerio limó la pared, la limpió y cubrió con una escayola blanca todo el frontal del nicho. Ya podíamos poner la placa y así lo hicimos. La gente ya puede saber quién descansa ahí».
«No pudimos hacerlo antes, no teníamos recursos»
Isabel Hernández nos cuenta que esas diez personas descansan en el mismo nicho ya que, tras las exhumaciones de las fosas comunes, los metieron a todos en el mismo lugar. «Alguno de esos restos pudieron viajar hasta su ciudad natal, pero esa suerte la corrieron las familias con más recursos», afirma Hernández.
La familia de Isabel no pudo hacer lo mismo con su abuelo ya que, después de su asesinato, sus padres y tíos quedaron en la pobreza. «Cuando mi abuelo murió, su mujer e hijos se quedaron en “la puta calle”, a los quince días de morir ya estaban pasando hambre, sin ningún tipo de ayuda y encima con el estigma de ser familia de un rojo. Es más, algunos de mis familiares aún en democracia, visitaban la tumba de mi abuelo con miedo», narra Isabel.
«Ojalá me hubieran dejado hacerme una foto con mi abuelo»
Isabel Hernández nos cuenta con mucho sentimiento una anécdota vivida durante el fin de semana del 24 de noviembre. «Durante las jornadas de homenaje a las Brigadas Internacionales, uno de los personajes caracterizados era el de José Hernández. Entonces yo, muy contenta, les dije a los que me acompañaban: “Voy a hacerme una foto con mi abuelo”. Una de las mujeres que iban en la ruta me dijo que se había emocionado al escucharme y yo le contesté: “Ojalá me hubieran dejado hacerme fotos con mi abuelo, no me lo permitieron”». Lo fusilaron.
Isabel está contenta, dentro del dolor que produce recordar el fatídico final de su abuelo: «Por fin mi padre está tranquilo, su nicho tiene nombre, ya sabemos quienes descansan ahí».
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