Una conversación de ascensor, una charla en el banco del parque, un chascarrillo en el almuerzo del trabajo, una publicación en redes sociales…
Sorprende el descaro, atrevimiento, e incluso insolencia con que nos permitimos el lujo de espetar opiniones como si constituyesen axiomas de verdad inquebrantable sobre cualquier tema que se nos presente por delante, sea cual fuere la naturaleza del mismo: economía, política, sociedad, pandemias…
Lejos de querer privar a nadie de su derecho a opinar, Dios nos libre, sería importante tomar conciencia de que para realizar juicios críticos, competentes y sensatos se precisa de una preparación exhaustiva, erudición, y sobre todo humildad. Por medio de los libros podemos vernos las caras de forma íntima con nuestra propia ignorancia y recibir una bofetada de humildad, comprobando que lo que conocemos es una nimiedad en comparación con lo desconocido.
Además, cuenta con la ventaja de que es un proceso discreto y silencioso: no es necesario confesárselo a nadie ni avergonzarse públicamente por ello. No hace falta declarar nuestra ineptitud a los cuatro vientos ni herir nuestro orgullo, que es sagrado, claro está. Los libros son historia, son experiencia, son reflexión, son conocimiento, son nuestros abuelos inmortales.
Si el propio Sócrates estaba convencido de su absoluta ignorancia, manteniéndola incluso en su apología final antes de ser condenado a muerte, ¿tanto más sabios que él nos consideramos nosotros? Hagamos cada uno nuestra función lo mejor posible y dejemos que cada uno haga la suya; exijámonos, preparémonos, pensemos, eduquémonos, mejoremos, aprendamos, reflexionemos. Cojamos un libro. Abracemos a nuestros abuelos.
-. Jorge Cano (Profesor). Almansa.
Un comentario
Palabras intensas y honestas de una persona de los pies a la cabeza. Grande Jorge!