22/11/2024

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La última revolución musical: cuando Nirvana sonaba en Delpho’s

«En Almansa tuvimos la suerte de poder disfrutar de estos sonidos Rock de los 90 en La Teja, donde podías escuchar a todos estos grupos cada viernes y sábado a partir de las 12 de la noche»
Nirvana en Delphos Almansa

Por Mr. Boogieman. | 1991. Era un domingo cualquiera de finales de año. Pasaba la tarde con los amigos en la discoteca Delpho’s, en aquel rincón frente a la cabina del Dj. Recuerdo perfectamente el momento en que sonaron aquellos acordes que se quedaron grabados en mi cerebro para siempre. Era Smells Like Teen Spirit de Nirvana, un grupo desconocido que presentaba al mundo su segundo disco y que, en pocas semanas, haría historia.

Veníamos del Pop Rock de los 80. Las listas de éxitos estaban repletas de canciones aburridas y predecibles. Madonna y Michael Jackson, los reyes de la música ochentera ya no tenían la misma gracia. Por otro lado estaba el Heavy Metal clásico y el Sleazy Rock, que había mutado en Glam Metal, Hair Metal o como lo quieras llamar. Un estilo que llegó a su clímax comercial con la aparición de aquellos suecos llamados Europe.

Triunfaban en las listas de Rock los Guns & Roses, Poison, Mötley Crüe o Bon Jovi, por recordar algunos nombres importantes del rock de finales de década. Los pelos cardados habían perdido volumen y como siempre, con tanta saturación y exceso, todo cansa. Nos dolía el cuello de sacudir la cabeza sin parar al ritmo de The Final Countdown.

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Y aunque ya se podía escuchar Rock diferente a finales de los 80, que marcaba nuevos caminos para la música con grupos como Ministry, Living Colour o Jane’s Addiction, todavía eran unos «bichos raros». Hasta que comenzaron los 90.

El año 1991 había empezado con la edición del Out of Time de R.E.M. como un superéxito del, por entonces llamado, rock alternativo. Pronto dejaría de tener sentido esa denominación, ya que todos querían tocar para cuanta más gente mejor y fichar por las multinacionales. En mayo se editó el primer álbum de los Smashing Pumpkins, Gish. Y en agosto aparecieron discos tan importantes como el Black Album de Metallica y el Ten de Pearl Jam. En septiembre vió la luz el megalómano cuádruple Use your Illusion de los Guns & Roses y el Blod Sugar Sex Magik de los Red Hot Chili Peppers. Ahí es nada.

El día 24 de septiembre, apareció el disco que lo cambiaría todo. El Nevermind de Nirvana. La promoción continua del vídeo del primer single Smells Like Teen Spirit en la omnipresente MTV catapultó hasta el infinito y más allá a un grupo «alternativo» desconocido. Una banda comandada a la voz y guitarra por Kurt Cobain. Un personaje tímido e introvertido, que tocaba y cantaba mirando a la pared en sus primeros ensayos. Al bajo estaba Krist Novoselic, amigo de Kurt, y un joven batería lleno de energía que sonaba como una apisonadora, Dave Grohl.

Un álbum con 12 canciones (y otra más oculta en su versión CD), que marcaría a la banda y a una generación entera. Ese disco captó el espíritu de una época, y supo trasmitir lo que sentían aquellos jóvenes. Plagado de «himnos generacionales», lleno intensidad e ira, y también de sensibilidad y emociones a flor de piel, a partes iguales.

Un disco redondo, donde no hay ningún tema de relleno, y que en conjunto conforma un todo que lo convierte en la piedra angular y referencia del Rock de los 90. Una fusión de Punk rabioso y Hard Rock de los 70 con unas melodías cercanas al Pop, que convirtieron a Nevermind en un disco único que entró en la historia por derecho propio. Un disco honesto, crudo y sincero, creado desde la sensibilidad única de un genio como fue Kurt Cobain (con sus luces y sombras, como todo genio). Una mezcla de la rabia y la distorsión de los Sex Pistols, la oscuridad y contundencia del Hard Rock de Black Sabbath o Led Zeppelin, unas melodías que rozan el Pop y con la sensibilidad emocional de The Beatles. Escucha atentamente Drain you. A las pruebas me remito.

Nevermind fue el inicio de una revolución a la que llamaron Grunge, que significa algo así como «sucio y grasiento», y que rompía con todo. Estábamos en los 90, y el mundo era muy diferente al actual. No existían las redes sociales, y las compañías solo tenían la promoción en radio, en revistas especializadas y la aparición de vídeos en los pocos canales musicales que había entonces, como la MTV. El descomunal y repentino éxito de Nevermind hizo que las multinacionales de la música empezaran a contratar y promocionar a bandas que tuvieran un sonido similar o que vinieran de Seattle, lugar de origen de Nirvana.

Soundgarden, Pearl Jam, Alice in Chains, Green River o Mudhoney, entre otros, también venían de Seattle. Algunos de estos grupos otros grabarían discos icónicos de los 90, como el Badmotorfinger de Soundgarden, el Dirt de Alice in Chains o el Ten de Pearl Jam.

El Rock de principios de los 90 era imparable, y pocos meses después de la edición de Nevermind, las listas musicales estaban plagadas de Rock. Los pelos cardados y las chupas de cuero fueron reemplazados por las camisas de franela y los vaqueras rajados, el uniforme oficial del Grunge. Hasta Michael Jackson fue desbancado de los primeros puestos de las listas por esta nueva ola rockera. Aparecían discos impresionantes de bandas como White Zombie, Smashing Pumkins, Stone Temple Pilots, Rage Against de Machine o Faith no More, entre otros muchos. Poco tiempo después saltaban a las listas bandas que se convertirían en referentes musicales de los 90 como Radiohead, Tool o NIN.

Discoteca Delphos Almansa
Cartel de la discoteca Delpho’s de Almansa | Archivo de Joaquín Sánchez Martínez

Sin olvidar otros discos únicos con integrantes de varias bandas, como los Temple of the Dog, con componentes de Pearl Jam y Soundgarden, que dejaron un solo álbum para la historia, de nombre homónimo, y «la joya secreta de la corona», el disco Above de Mad Season, banda formada por miembros de Alice in Chain, Pearl Jam, Screaming Trees y The Walkabouts.

Además estaba la escena inglesa, el Britpop, con abanderados como Oasis, Suede o Pulp. Y las bandas que sobrevivían a los 80 y creaban su propia revolución, como U2 y su innovador Acthung Baby, pero esas son otras historias que poco tienen que ver con la revolución que trajo el Nevermind de Nirvana. Solo estaban en el mismo espacio temporal, poco más.

También aparecieron grupos nacidos para aprovechar la «ola Grunge», como Bush, Candlebox, Silverchair o Days of the New, con estética y sonido similares. Hasta se utilizaba el sonido Rock de moda en anuncios para televisión (nunca antes había ocurrido), como aquel grupo olvidable de nombre Stiltskin y su canción Inside, nacida para promocionar una marca de vaqueros. El estilo Grunge se convirtió en líneas de ropa que desfilaban en las grandes pasarelas de la moda y todo lo alternativo pasó a ser comercial. Y como comentaba al comienzo de este texto, todo en exceso, cansa.

Es de sobra conocido el final de la historia, el éxito arrollador y las giras interminables, la aparición en escena de Courtney Love, la «Yoko Ono del Grunge», los excesos adictivos de Kurt, la sobreexposición mediática de su vida personal y sobre todo la incompatibilidad de la honestidad de un artista y su obra con el sobreabuso de la compañía de discos que explotó su «producto» hasta la saciedad, fueron algunos de los factores que culminaron a principios del año 1994 con el suicidio del artista más importante de los 90.

Algunos grupos continuaron sacando discos y tuvieron éxitos dispares, otros se disolvieron por diferentes motivos y se mezclaron entre sí para crear nuevas bandas, como Audioslave (que tampoco duraron mucho), y otros evolucionaron y perdieron su supuesta autenticidad original, convirtiéndose en una sombra bochornosa de lo que un día fueron.

Una revolución que, aunque duró unos pocos años, dejó una huella imborrable, tanto en la historia de la música como en la vida de millones de jóvenes de todo el mundo.

En Almansa tuvimos la suerte de poder disfrutar de estos sonidos Rock de los 90 en La Teja, donde podías escuchar a todos estos grupos cada viernes y sábado a partir de las 12 de la noche. La noche siempre empezaba con algún tema tranquilo y poco a poco iba subiendo el nivel de decibelios y se pasaba a sonidos más duros. Las sesiones acababan con Metallica o Pantera, casi siempre.

El público saltaba y coreaba las canciones como si de un concierto se tratase. Siempre estaba lleno de gente. Y aquellas sesiones servían para descubrir nuevos grupos o nuevos discos, ya que se iban renovando constantemente los vinilos (sí, se pinchaba con vinilos). Buenos tiempos para los amantes del Rock en Almansa, ya que había diferentes pubs o bares y cada uno tenía su público y su estilo personal de música. Podías elegir dependiendo de tus gustos musicales. Hoy día casi es imposible distinguir un pub de otro (en lo que a música se refiere).

Después llego el Nu Rock, y otros estilos que mezclaban los mismos ingredientes con resultados dispares. Y con el cambio de siglo aparecieron los talent shows, las máquina de crear estrellas. Nacieron así los ejércitos de clones, los artistas repetidos como cromos, copias de saldo de artistas anteriores, que imitan hasta la saciedad las mismas melodías, la misma actitud y prácticamente la misma canción.

Ahora las redes sociales crean artistas de la nada, y las «revoluciones» continuas en el mundo de la música duran lo que se tarda en dar un click al «me gusta» de turno y de las que nadie se acuerda al mes siguiente. Estrellas fugaces (algunas muy fugaces), comida rápida, música de usar y tirar, como si de un kleenex se tratara.

El mundo streaming ha permitido tener acceso a (casi) toda la música del mundo en la palma de la mano. Aunque se ha perdido el valor que se la daba antes. Los vinilos han quedado para los coleccionistas, y los CDs casi ya no tienen sentido. La música se consume de otra forma completamente diferente a los 90.

Falta autenticidad y sobra «postureo» y superficialidad en un mundo musical que poco tiene que ver con el de hace 30 años. Hoy día las bandas son algo escaso en las listas, casi todo son solistas prefabricados que continuamente están cantando unos con otros, ya que por si solos tendrían una «caducidad» más rápida, además de ser más fácilmente manejables por las multinacionales que una banda.

Que lejos quedan los años 90… Y las revoluciones también.

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