Los retratos de los alcaldes republicanos de Almansa ya están donde merecían | El pasado lunes se celebró un pleno de sabor agridulce. La unanimidad para ciertos acuerdos se vio interrumpida por el desencuentro tanto en los puntos de materia económica como en un nuevo bochornoso turno de extraños ruegos y preguntas.
Durante el devenir de los puntos más aburridos, me llevé una alegría ya que mi atención se fue a tres personas que entraron sin hacer mucho ruido para formar parte del público. Solo de encontrar mirada con una de ellas se me dibujó una sonrisa en la cara, y es que no tengo más que palabras buenas para toda esta familia.
No lo sabía, pero la rutina del pleno nos iba a regalar a todos los defensores de la verdadera democracia una imagen que tanto por justicia como por ideales queríamos ver desde hacía tiempo. Sin duda, demasiado tiempo.
Mediante decreto de alcaldía, se estableció que el seno de la soberanía popular almanseña debía acoger los retratos de los alcaldes republicanos de Almansa: Aurelio Villaescusa Bueno y José Hernández de la Asunción. Dos hombres que, mezquinamente y sin éxito, el franquismo quiso borrar de la historia, pero que el tiempo y el recuerdo de un pueblo digno devolvieron al lugar de reconocimiento que merecen.
Era de justicia tener su retrato junto al resto de alcaldes, ya que, de la misma manera que los otros, fueron elegidos por el pueblo. Pero a diferencia de ellos, José y Aurelio fueron quienes, en neustras calles, lideraron la vanguardia de la igualdad, de la auténtica democracia y de los valores de la justicia social cuando ni siquiera existía una declaración de derechos humanos.
Fue especialmente emocionante, y no pude reprimir mis sentimientos, cuando presencié cómo el hijo de José colocaba el retrato de su padre con la ayuda de su hija y ya envejecido después de una larga vida.
Resumido en sus palabras, su padre fue «un hombre bueno que gobernó Almansa en una época muy trágica». El otro día, en clases de historia en Casa de Cultura, pregunté a mi profe: «¿Por qué Hernández de la Asunción no huyó cuando iba a comenzar la represión?». La respuesta era evidente: «Porque él nunca hizo nada». Y aunque me rompe por dentro recordarlo, también me llena de esperanza e inspiración que no huyera y que sus últimas palabras a su familia fueran: «Muero tranquilo porque en toda mi vida, bien lo sabéis, no me he dedicado nada más que a hacer el bien a todos».
Con la conciencia calmada. Ayudando a sus vecinos. Salvando vidas. Defendiendo unos ideales. Creyendo que con un gesto cotidiano se puede conseguir un mundo mejor. Así trabajó el mejor alcalde que ha tenido esta ciudad. Un hombre que educó en valores de amor y respeto y que predicó con el ejemplo en cada uno de sus actos.
Esa tarde de pleno fue agridulce de la misma manera que fue la época en la que le tocó gobernar a Hernández de la Asunción y a Villaescusa. Los familiares del primero entraron en el salón de plenos con humildad y sin hacer ruido, de la misma manera que gobernó su ancestro. Y ahora su rostro preside también el Ayuntamiento de Casa Grande, como un faro que guía hacia el buen puerto, como un lucero que indica cuál es el camino correcto y como un recuerdo justo y necesario para tener presente a los verdaderos referentes y aquello que nunca se debe volver a repetir.
Tener sus retratos ahí es un gesto que no soluciona su dramático destino, pero que dignifica tanto su memoria como nuestra historia.
Creo que es una decisión de agradecer a la alcaldesa. También no puedo evitar preguntarme por qué ningún gobierno anterior quiso llevar a cabo este justo reconocimiento. Seguramente sus razones me sean insuficientes.
Y es que todo almanseño y almanseña debería conocer la historia de Aurelio y José, especialmente las personas más jóvenes. Son referentes necesarios. Una inspiración de concordia y hermandad en tiempos de enfrentamiento y separatismo.