Vicenta Ortuño: «Lo más valioso que podía ofrecerles a esos niños era tiempo, y yo disponía de ello» | Hay decisiones que pueden salvar vidas, y acoger a un niño o niña en el momento en que más lo necesita puede ser una de ellas. Ser familia de acogida no es fácil. Es una decisión que requiere valentía, bondad y muchísima humanidad, cualidades que describen perfectamente a Vicenta y a toda su familia, quienes la han acompañado y continúan haciéndolo en este proceso. Vicenta decidió dejar a un lado su vida laboral porque siempre ha sentido una profunda devoción por los niños. Aunque hoy en día se han logrado avances en la conciliación familiar, esta todavía no es una realidad, y ella quería disfrutar plenamente de cada momento de la infancia de sus hijos. Fue entonces, casi sin buscarlo, cuando se encontró con la oportunidad de convertirse en madre de acogida. Un camino que empezó cuando sus hijos eran pequeños, con apenas 8 y 10 años.
Con el paso del tiempo, ha descubierto que el verdadero desafío no es la despedida, sino brindar un hogar temporal lleno de amor a todos esos niños hasta que encuentren el definitivo. Hoy nos relata cómo enfrentó las primeras acogidas, los momentos más gratificantes y los más difíciles de esta experiencia, y reflexiona sobre la importancia de hacer el bien por los demás.
Decidir convertirse en familia de acogida es, sin duda, una decisión muy valiente. ¿Qué fue lo que te inspiró o motivó a dar este paso?
Nos enteramos de esta situación de una manera muy casual. Fue viendo la tele, en un horario en el que normalmente no la veía porque solía estar trabajando. Sin embargo, al estar sin trabajo en ese momento, empecé a realizar otro tipo de actividades y, poco a poco, fui recibiendo información. Me di cuenta de que el tema parecía perseguirme, como si estuviera destinado para mí. No conocía a nadie que fuera familia de acogida, pero en casa siempre habíamos tenido mucha empatía por los temas relacionados con niños. Sentí que lo más valioso que podía ofrecerles a esos niños era tiempo, y yo disponía de ello. Hablé con mi marido y le pregunté qué le parecía si investigábamos más sobre el tema. Empecé incluso a llamar a los números de teléfono que aparecían en televisión, porque no sabía bien a dónde dirigirme. Finalmente, uno de esos números me encaminó hacia los servicios de menores de Albacete y ellos me explicaron que había un proceso de formación para convertirse en familia de acogida.
¿Podrías contarnos en qué consiste exactamente esa formación?
La formación es bastante estricta. Lo primero que hacen es entrevistar personalmente a todo el núcleo familiar, a los cuatro. A partir de ahí, debíamos decidir si queríamos continuar con el proceso de formación. Cuando nos presentamos, se dieron cuenta de que todos íbamos en la misma dirección. De hecho, nos explicaron que ni siquiera aceptan a las familias en la formación si perciben que alguien del núcleo familiar no está completamente receptivo o no comparte la misma disposición para participar y colaborar. Afortunadamente, vieron que éramos una familia que encajaba con el perfil necesario para acceder a la formación. Nos explicaron que la formación duraría al menos un año, lo que es clave porque te hace reflexionar profundamente sobre el compromiso que implica ayudar. Durante ese periodo, no solo te están formando, sino también conociendo y evaluando tus capacidades, actitudes y nivel de compromiso para asegurarse de que realmente estás preparado para asumir ese rol. Al final nosotros estuvimos menos tiempo porque vieron que realmente estábamos preparados y hacen falta muchas familias de acogida.
Imagino que esta decisión generó muchas preguntas en tu entorno cercano. ¿Cómo les comunicaste que queríais ser familia de acogida?
Cuando iniciamos la formación, decidimos no contárselo a nadie porque sabíamos que era un proceso complicado. En esta decisión involucras, de forma indirecta, a muchos miembros de tu familia. La pregunta más común que nos hacían las personas cercanas cuando se enteraban era: «Pero ¿tú qué necesidad tienes de hacer esto?». Siempre respondíamos lo mismo: «Nosotros no tenemos ninguna necesidad. La necesidad la tienen los niños». Es una necesidad enorme, pura y, en realidad, fácil de cubrir. Sin embargo, muchas veces no se aborda por miedo: miedo a lo que puedan pensar los demás, miedo a encariñarte con un niño y luego tener que dejarlo, miedo a las emociones que esto pueda generar. Pero nosotros decidimos no enfocarnos en el hecho de tener que despedirnos, sino en lo que ese niño iba a recibir mientras estuviera con nosotros. Si nos detuviéramos a pensar solo en el sufrimiento que implica una despedida, nadie daría el paso de hacerlo. Es un sufrimiento voluntario que eliges asumir porque pesa mucho más la empatía hacia lo que ese niño está viviendo. Las circunstancias de su nacimiento lo han llevado a un momento crítico en el que no puede experimentar el calor de un hogar. Recuerdo que cuando hablamos con nuestros hijos sobre el tema, les preguntamos qué les parecía si entrábamos en un programa para ayudar a niños que estaban solos. La respuesta de mi hija fue: «Mamá, ¡pues claro! Si tú ves un gatito en la calle y lo ayudas, ¿Cómo no vamos a ayudar a un niño?»
Cuéntame un poco cómo fue la llegada de esa primera niña ¿Qué situación os encontrasteis y cómo vivisteis ese momento tan especial?
Cuando trajimos esa niña a casa, era como si fuera una recién nacida, ya que no había vivido lo que debería haber experimentado un bebé de su edad. De hecho, la recomendación médica era que saliéramos con ella a pasear al sol. Ahí me di cuenta de la gran necesidad que existía, con algo tan básico que cualquier familia hace de forma natural con sus hijos biológicos. Nos dimos cuenta de que, con algo tan simple, podías hacer feliz a un niño. No era nada extraordinario, pero tenía un impacto enorme.
Por aquel entonces, los colegios celebraban una iniciativa muy especial llamada el Día del Pijama, en conmemoración del 20 de noviembre, fecha de la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Casualmente, en el colegio episcopal me habían pedido que, ese mismo día, diera una charla a los niños sobre en qué consiste el acogimiento familiar. Cuando los técnicos de menores nos confirmaron la fecha de la despedida de esa niña, resultó ser precisamente ese día, el 20 de noviembre.
¿Cuánto tiempo suele durar una acogida? Imagino que habrá un límite de tiempo establecido para que los niños no desarrollen apego
En nuestro caso, como familia de acogida de urgencia, el periodo está planteado para seis meses. Pero existe la posibilidad de ampliar la tutela unos meses más para que el niño o niña tenga una salida concreta y no regrese al centro. Cuando estamos llegando al final del periodo de acogida y vemos que el niño será adoptado, pero aún falta algún documento o trámite por completar, siempre pedimos más tiempo para que el cambio sea directo. Tuvimos a un niño durante nueve meses porque su periodo de acogida coincidió con la llegada del COVID y pedimos que se quedara con nosotros y no regresara al centro.
Ese niño tiene una historia muy dura, que sorprende a muchos cuando la contamos. Estaba en una red de compra y venta de menores, algo que mucha gente cree impensable en España, pero que tristemente ocurre. El niño llegó a casa con solo 12 días de vida, después de que alguien intentara registrarlo en el juzgado como propio, sin serlo. Ya había una alerta activada porque se estaban detectando movimientos sospechosos, y finalmente se pudo intervenir. Cuando llegó a casa, me di cuenta de que no aceptaba ninguna leche y era porque tenía un daño digestivo bastante severo. Al final conseguimos un tratamiento que le funcionó, comenzó a alimentarse, pero su estado seguía siendo muy delicado. Su rostro reflejaba fragilidad, como si estuviera enfermo.
¿Y al final logró recuperarse? ¿Cómo fue su progreso?
Respecto al problema digestivo, este se resolvió, pero más adelante me di cuenta de que el niño no se desarrollaba como otros de su edad y que algo no estaba bien. Cuando lo llevé al neuro pediatra, me dijo que no comprendía cómo había llegado a detectar, sin ninguna prueba, las necesidades del niño. Lamentablemente, no estaba bien. Mostraba comportamientos como no dejarse tocar por nadie, lo que podía ser un signo compatible con autismo. Caminó más tarde de lo habitual, pero finalmente logró dar sus primeros pasos con nosotros. También presentaba dificultades en el habla, aunque conseguimos que pudiera comunicarse, logrando acercarse lo máximo posible a no presentar carencias. El niño estaba identificado con un síndrome sin determinar, ya que aún estaba en pleno crecimiento y era demasiado pequeño para recibir un diagnóstico definitivo.
Cuando se resolvió el caso penal de las personas que lo habían tenido previamente, se emitió la sentencia de adopción. En ese momento, el niño tenía dos años y medio. Conforme crecen, la adopción se vuelve más difícil, no por ellos, sino por las preferencias de los padres que buscan adoptar. La mayoría prefiere adoptar bebés, ya que suelen ser su primer y único hijo y quieren vivir todas las etapas de su desarrollo. Sin embargo, este niño tuvo la suerte de encontrar una pareja increíblemente generosa. No solo adoptaron a un niño de dos años y medio, sino que lo hicieron sabiendo que estaba en un proceso abierto en el centro de atención temprana. De hecho, ya había preparado la documentación para que pudiera entrar al colegio con una mención que indicaba que podría tener necesidades especiales.
Es increíble esto que me estás contando, porque al final cada niño o niña es diferente, tiene unas necesidades específicas, y tienes que saber identificarlas…
Así es, cada niño o niña es único, cada uno tiene una historia diferente y, a su manera, te marca de forma especial. Actualmente estamos acogiendo a otro niño que se encuentra en una situación bastante complicada. Es una historia muy triste porque, cuando el niño nació, los servicios de menores tuvieron que intervenir, y el padre no entendía lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que no hablaba español. Los técnicos pidieron a la madre que le explicara la situación, pero no quiso hacerlo.
Cuando me llamaron y el niño llegó a casa, yo no sabía nada de lo que había ocurrido. Lo que sí he podido comprobar en estos meses es que el padre realmente quiere a su hijo, y lo ha demostrado de muchas maneras. Cada viernes, toma un autobús para venir a visitarlo, incluso aunque no tenga para comer. Lamentablemente, debido a problemas con su documentación, el padre no puede quedarse con su hijo. Es una situación muy difícil. Nuestro periodo de acogida de urgencia, en teoría, ya ha terminado, pero desde el centro aún no saben qué decisión tomar. Lo único que está claro es que este padre ama profundamente a su hijo. También quiero destacar la labor de los técnicos porque realizan un trabajo extremadamente difícil. Siempre están detrás del telón, tomando decisiones en estas situaciones tan complejas y salvando la vida de estos pequeños.
¿Qué importancia dirías que tiene el acompañamiento de las familias de acogida en el proceso de ayudarles a encontrar un hogar definitivo?
Con el tiempo me he dado cuenta de que mucha. No sabría ponerlo en una escala, pero sé que el papel de las familias de acogida es muy importante. Cuando un niño entra en una casa, simplemente con la condición de ser feliz, sin importar los problemas que pueda arrastrar, ese niño empieza a sanar. En nuestro caso, mantenemos el contacto con todas las familias de adopción, y todas coinciden en que sus hijos llegan a sus nuevos hogares siendo felices. Antes, para las familias acogedoras, el proceso tenía un principio y un final muy marcado.
Llegaba un momento en el que desaparecías de la vida del niño, y el centro te informaba sobre su evolución durante un tiempo. Cuando empezamos en la acogida, este era el modelo que había. Sin embargo, no llegas a entender realmente cómo funciona hasta que lo vives. Y cuando lo vives, es inevitable sentir preocupación por el niño. Por eso, queríamos que las personas que adoptaran nos conocieran, que supieran con quién habían estado y dónde habían vivido. Queremos que tengan la tranquilidad de saber que entendemos perfectamente cuál es nuestra misión, dónde empieza y dónde termina, y que siempre estaremos disponibles si en algún momento necesitan algo. Como adultos, comprendemos que hay protocolos que deben seguirse, pero sentíamos la necesidad de cerrar bien las despedidas para poder seguir adelante como familia de acogida.
Dentro de todos los procesos dolorosos, como las despedidas, imagino que también hay un componente muy gratificante de saber que estás haciendo el bien…
Por supuesto que sí. Hay que saber gestionar el momento en que se van. Pero todo pasa, porque sabes que has abierto un buen camino para esa criatura y que seguirá avanzando, si no contigo, con otras personas. Eso es lo que te da la fuerza para seguir adelante. Creo que quienes hacemos esto tenemos un corazón con una sensibilidad especial y sin ningún egoísmo de posesión. Sabemos que ese niño se va a ir, y siempre lo afrontamos con la conciencia clara de que nuestra misión es ayudarle en el momento en que más lo necesita, porque ahora ya tiene a su familia.
Recuerdo que en el libro de la formación hablaban del «duelo» que hay que pasar, pero esa palabra no me gusta. Prefería transformar ese concepto en algo positivo, en alegría. Por eso, cada despedida que hemos vivido la hemos convertido en una fiesta. Queríamos que los niños entendieran que nuestra misión era estar con ellos cuando no tenían un hogar y acompañarlos hasta que encontraran el suyo.
Para finalizar, ¿Qué le dirías a alguien que está considerando convertirse en familia de acogida? ¿Qué consejo le darías para tomar esta decisión?
Le diría que, si esa idea ha pasado por su cabeza, es porque algo dentro de sí mismo lo está buscando. Mi consejo es que busque toda la información necesaria, porque falta mucha información en la sociedad sobre lo que realmente implica la acogida. Acude a las fuentes adecuadas, a las personas y organizaciones que puedan darte información de primera mano. Ellos son quienes te proporcionarán una visión realista y te asesorarán correctamente. Además, tienen un sistema que protege tanto al menor como a las familias acogedoras. Si en algún momento consideran que no estás preparado para afrontar esta experiencia, serán los primeros en decírtelo, porque están ahí para proteger a ambas partes. En cuanto al proceso de acogida, si llega el momento, mi consejo sería que te prepares para la separación y reflexionar sobre el porqué lo estás haciendo. Si tu respuesta es que lo haces por el niño, entonces estás preparado para dar el paso.