07/07/2025

El periódico digital de Almansa

Volver a Almansa con nombre propio: el viaje de Andrea Gil, primera persona trans con sus títulos deportivos corregidos en España

Sobrevivió al silencio, al uniforme de la Guardia Civil, al de los Mossos d'Esquadra y al quirófano. Hoy, con su nombre grabado en cada título, la ex taekwondista se abre al pueblo del que partió
Andrea Gil Almansa

Andrea Gil tuvo que dejar atrás Almansa, su pueblo natal, para empezar a existir. Para aprender a caminar con la memoria sin que se le hundan los pies. Aquí, confiesa, sobrevivió a algunos de los peores años de su vida. Y, pese a todo, no ha sido capaz de renegar de su tierra. Ha estado en el Ejército, la Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra. Se ha convertido en la primera persona trans de España en lograr que una federación deportiva tramite su cambio de nombre, de hombre a mujer, en todos sus títulos —de taekwondo—, con carácter retroactivo. En su trayectoria vital hay angustia y miedo, pero también valor, orgullo y liberación.

Nacida en 1980 y criada entre las aulas del colegio Nuestra Señora de Belén, pronto comenzó a sentir que se asfixiaba. Andrea fue esa niña que nunca pudo decir quién era. Calló durante años lo que sabía desde el nacimiento: «Yo era muy consciente de quién era, lo que pasa es que nunca lo verbalicé. Lo tuve que esconder». Cuando la adolescencia trajo consigo la exclusión de su entorno y los silencios familiares, solo tenía claro que debía marcharse. No era una huida, sino una estrategia de supervivencia: «Mi familia parecía estructurada, pero estaba totalmente rota. Siempre hubo violencia psicológica, cosas que solo se veían de puertas para adentro».

Quién es Andrea Gil, la pionera trans con los títulos deportivos corregidos

Hija única, de un padre chapado a la antigua y una madre que todo lo calla por miedo al conflicto. Desde bien pequeña, escuchó las «barbaridades» que dirigía a la tele cuando aparecían Bibi Ándersen o La Veneno. «Eran mis únicas referentes y, cuando le escuchaba, me sentía enferma», lamenta. El rechazo paterno hacia todo lo LGTBI generó un silencio sofocante en el hogar. Su madre, María Teresa, se encontró a sí misma atrapada entre el amor a su hija y el miedo al conflicto. «Ella siempre ha tenido el don de la intuición, casi de la adivinación», recuerda.

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«Cuando me tuvo, sus amigas ya le decían: ‘Qué nenica más guapa tienes’, y ella les corregía: ‘No es una nena, es un nene’. Aunque yo creo que siempre lo supo. Era muy especial». Murió con 49 años, cuando Andrea tenía unos 20 años. Fue «un antes y un después», dice. A partir de ahí, empezó también a poner distancia con el resto de su familia, incluido su padre, con quien hoy no tiene contacto. Aun así, afirma haberlo perdonado.

«Tuve una adolescencia caótica, un principio de adultez muy difícil porque no podía expresarme. Y todo ese caos, toda esa confusión, vino en gran parte del entorno familiar y social que tuve». Desde bien pequeña conoció el reproche, el castigo y una imagen deformada de sí misma: «En el cole me llamaban maricón todos los días. Cuando estaba en segundo de parvulario, unas chicas de EGB me bajaron los pantalones para comprobar qué había debajo. Y en casa, la motivación siempre fue cero, en mí todo estaba mal, era ‘mala estudiante’… recibía palos por todas partes».

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De Almansa al tatami: los orígenes de una lucha por la identidad

Apuntarla a taekwondo con 9 años fue la solución de su padre para «hacerla más hombre». No sabía que, en ese tatami, Andrea encontraría algo parecido al equilibrio. En el Club Deportivo Francisco García de Almansa, reconoció en ‘Paco’ a la figura paterna que nunca había tenido. Llegó a ganar varios triangulares amistosos entre Almansa, Ayora y Manises, obteniendo alguna plata y bronce. Aunque los primeros meses, los vestuarios del gimnasio fueron territorio hostil: «Lo pasé muy mal. Siempre llegaba la primera al club, y no quería ducharme por pudor y disforia hacia mi genitalidad y cuerpo».

Tras graduarse en el instituto Escultor José Luis Sánchez, completó un módulo en Gestión Administrativa. Había hecho la mili en la Cruz Roja y trabajó unos meses en una fábrica. Pero el deseo de escapar de Almansa pesaba más. «Yo solo quería salir de ese sitio donde estaba recibiendo violencia —prosigue—, pero para eso necesitaba un trabajo». Así que se presentó a las pruebas del Estado para entrar en el Ejército. A finales de agosto del año 2001, Andrea hizo las maletas. Con 21 años dejaba atrás la ciudad donde nunca pudo nombrarse.

El paso de Andrea Gil por el Ejército, la Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra

Cuando entró en el Ejército del Aire, lo hizo convencida de que podría hacer el bien desde dentro. «Buscaba en esos entornos una justicia que no había tenido en mi vida, pensaba que desde allí podría ayudar al mundo», asegura. Se formó en la Escuela de Técnicas Aeroespaciales durante mes y medio. «Fue bastante duro porque estábamos en una unidad especial, y era un escenario muy exigente física y psicológicamente», recuerda. Tras completar los tres meses de formación en Madrid, se incorporó a su destino en la Base Área de Albacete-Los Llanos. Allí, pasó un tiempo preparando la oposición para la Guardia Civil. En 2004, la aprobó.

Andrea Gil Almansa
Andrea Gil para La Tinta de Almansa

De allí, decidió marcharse a Barcelona: «Escogí el lugar más lejano posible para empezar de cero, donde sabía que iba a haber menos gente y más probabilidades de conseguir una plaza. Buscaba alejarme al máximo de donde nací». Pero ni la distancia fue suficiente para borrar la carga. En la Guardia Civil, como antes en el Ejército, reinaban los silencios. «En la Academia no podía verbalizar nada, ni de homosexualidad, ni de mi sexualidad, ni de mis emociones. Era tabú. De ese tiempo recuerdo intentar ser lo menos «yo» posible», lamenta. Se refugió en el gimnasio: «Quería hipertrofiar el músculo para convertirme en el hombre más masculino del mundo, aunque eso iba en contra de mis valores y de quien yo era, pensaba que sería lo mejor para todos».

Una mujer trans en los antidisturbios

La presión institucional, la cárcel emocional y los problemas familiares a raíz de la muerte de su madre, le empujaron a marcharse. Andrea acabó pidiendo la baja. Cuando intentó regresar, las puertas de la Benemérita se le cerraron. «Como en su día no expuse la auténtica razón por la que cogía la baja [mi identidad de género] y me marché por un motivo distinto, las razones que di originalmente no coincidían con las que expliqué después. Lo interpretaron como una incongruencia». Decidida a no rendirse, se reorientó.

Estudió, aprendió catalán, trabajó en una tienda, luego como monitora de gimnasio y opositó a los Mossos d’Esquadra. En 2011, se convirtió en la segunda agente trans del cuerpo. La primera, Marta Reina, puso en conocimiento su transición en diciembre de 2015 y dejó el uniforme en 2022, tras sentirse «vapuleada» por sus propios compañeros. El comienzo de Andrea en los antidisturbios trajo consigo nuevas sombras. «Todavía no estaba preparada para reconocer el maltrato que había vivido durante mi infancia y adolescencia. Estaba funcionando por inercia», cuenta.

A la falta de atención psicológica, se sumó que «llevaba tiempo conteniéndome y escuchando comentarios. En el trabajo me llamaban «maricón» continuamente y, en 2015, peté. Me planté. Les dije: «Si queréis la etiqueta de maricón, me la ponéis». A ellos no les sentó bien que contestara y yo no lo supe llevar. Me hicieron un vacío brutal y me sentí muy sola». En 2016, tras un colapso emocional, Andrea dio el paso e inició su transición. Pero lo hizo sin tomarse los tiempos necesarios, presionada por el miedo a perder su empleo durante una primera baja que duró un año. «No se lo verbalicé por teléfono a mi jefe directo hasta principios de 2017, que me vi obligada, por presión laboral externa, a explicárselo sin estar preparada para ello», recuerda.

Al regresar, los compañeros y compañeras vieron sus primeros cambios físicos. «La situación era de malestar, y eso provocó una segunda baja urgente para realizarme la cirugía de reasignación de sexo», cuenta. «Traté de acelerar mi transición al máximo, desoyendo los plazos que marcaban los médicos, para regresar cuanto antes a mi trabajo en la Brigada Móvil y acabar con aquello de una vez por todas», revela. «En solo 14 meses me realicé varias cirugías», señala.

Ese apremio innecesario derivó en problemas de salud y complicaciones quirúrgicas. Tuvo que pedir un préstamo para poder costearlas, aumentando la deuda que ya había contraído en el proceso. Y, una vez más, tuvo que salir de España —a Tailandia, donde ya se había operado antes— para acceder a una cirugía especializada que no encontraba ni asumían aquí. Andrea denuncia de la precariedad sanitaria, el abandono institucional y el coste personal que tuvo que asumir para poder vivir en un cuerpo acorde a su identidad. Y mientras tanto, la institución la presionó para reincorporarse antes de tiempo.

Por qué Andrea Gil denunció ante la Fiscalía de Delitos de Odio

En julio de 2018, regresó a la Brigada como siempre se había sido: como una mujer. Fue un error que casi le cuesta la vida. «Cuando volví, justo coincidió con una manifestación de taxistas. En una de las actuaciones, uno de mis jefes —el más próximo a mí por cadena de mando— tuvo comentarios muy fuera de lugar. Me afectó tanto que, al día siguiente, terminé de tomar el café con el grupo y me subí sola a la furgoneta. Todos se quedaron atrás. Entonces, mi cabeza se apagó. Me bajé, crucé a la cafetería de enfrente, entré al baño, me puse el arma en la frente y apreté el gatillo».

Andrea Gil para La Tinta de Almansa
Andrea Gil para La Tinta de Almansa

Todavía hoy no sabe bien qué paso. «El arma estaba en doble acción (una seguro), y algo hizo que mi dedo no llegara a presionar del todo. Pero sí recuerdo haber empezado a apretar. Fue como una bofetada de la vida. Me quedé en ese baño entre diez y quince minutos, rota», revela. Aquello le impulsó a denunciar el maltrato que vivía desde hace tiempo dentro del cuerpo. «No fue hasta dos días después cuando lo conté. Había visto otra injusticia y decidí decirlo. Me acerqué al mismo superior que me había hecho los comentarios. Desde ahí, empecé a moverme: fui a la División de Asuntos Internos, lo gestioné por todos los canales oficiales. Pero parecía que, en ese proceso, estaban esperando a que fallara».

En España, siete de cada diez personas trans padecen pensamientos suicidas y tres de cada diez han llevado a cabo un intento de quitarse la vida. Además, las personas trans o no binarias tienen 16 veces más depresión que la población general. Estos datos provienen de la primera investigación a nivel nacional en España sobre la salud de este colectivo, llevada a cabo en 2024 por el Instituto de Salud Carlos III y son, probablemente, la máxima expresión de la disforia y la exclusión que sufren estas personas. Sin embargo, el intento de suicidio de Andrea nunca fue reconocido como tal por la institución.

A pesar de todo, luchó por ser escuchada. En 2019 denunció ante la Fiscalía de Delitos de Odio. En 2020, en plena pandemia, sus vídeos comenzaron a circular por redes, y medios como la SER o El País se interesaron por su historia. Finalmente, sus intentos de recurrir por los canales oficiales fueron desoídos, minimizados o rechazados. Por aquel entonces, «no había una ley estatal como la que tenemos ahora, que protegiera mi caso. Y la autonómica que existía en ese momento tenía muy poco peso». A eso se suma que «cuando hay un problema de verdad, estructural y dentro de una institución policial, la gente se echa atrás».

Mientras tanto, su salud no daba tregua. En 2021, tuvo que someterse a cinco intervenciones más. Más viajes, más cirugías y sangrados de los cuales algunos médicos se negaron a responsabilizarse. «He tenido que mendigar atención sanitaria y, hasta hoy, sigo sin recibir cuidados adecuados», denuncia.

El reconocimiento histórico del taekwondo español

Aun con todo lo que había atravesado su cuerpo y su mente, había algo dentro de Andrea que permaneció intacto: el deseo de ser reconocida como lo que era. A finales de 2023, contactó con el club de taekwondo donde había entrenado de niña, en Almansa. Quería cambiar el nombre de sus títulos para poder hacer uso de ellos, pero no logró la ayuda que pedía. «Puede que no me reconocieran, la verdad es que siempre fueron muy buenos conmigo», destaca, «y no es la primera vez que hablo con alguien del pueblo y no me reconoce».

Por suerte, el destino le llevó a Damián López, responsable de Diversidad en la Federación de Taekwondo de la Comunidad Valenciana. Él la escuchó y le ofreció lo que ninguna institución le había dado hasta entonces: le brindó su ayuda y su reconocimiento. En pocas semanas, la federación tramitó oficialmente el cambio de nombre. Los títulos de cinturón negro de Andrea fueron modificados para reflejar su identidad de género, convirtiéndose en la primera deportista trans de España en lograrlo.

Pocos meses después, en junio de 2024, el tribunal médico del Instituto Catalán de Evaluaciones Médicas le concedió la incapacidad permanente absoluta, siendo ésta revisable. Un cierre a una etapa marcada por el sufrimiento laboral y el deterioro físico. Un comienzo incierto, pero más libre. Hace unos meses, decidió recoger sus títulos. Tras muchos años de tormento e incomprensión, Andrea volvió a poner su nombre donde siempre debió estar. «Cuando me preguntan por este logro, no sé muy bien qué decir. Supongo que como nunca me han reconocido nada, no sé valorar esto como debería», expresa con humildad. Pero sabe que no es poco: «No es solo un cambio en los títulos. Es una forma de decir: estuve allí, existo, y esta es mi historia».

Andrea Gil ha sido muchas cosas: militar, guardia civil, antidisturbios, taekwondista, superviviente. Pero, sobre todo, ha sido testigo de su propio coraje. Hoy, todavía vive con las secuelas de todo lo que ha atravesado. Pero también con el deseo de visibilizar su camino «para que no haya más Andreas». Quiere su paso por los cuerpos de seguridad, las consultas de medicina, los silencios familiares y las aulas hostiles sirva para algo más. Para que otras mujeres trans sepan que no están solas. Para que Almansa entienda que hay personas como ella por toda España, incluidos nuestros pueblos. Y para reafirmarse en que, algún día, volverá a su tierra con orgullo. Porque hoy existe Almansa Entiende y porque, aunque este sitio fuera el inicio de su dolor, también fue el principio de su fuerza. A veces, volver hacia atrás no es rendirse. A veces, significa vencer.

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