Cuando hablamos de educación social, hablamos de compromiso, empatía y acción. Una herramienta con la que cuestionarnos las raíces de las desigualdades estructurales que nos rodean. Claudia Romero Alguacil, vecina de Almansa, es educadora social y trabaja con solicitantes de asilo y refugio. Recientemente tuvo la oportunidad de viajar a Senegal, país de origen de algunos de los chicos con los que trabaja.
«Me encanta viajar, pero no me gusta hacer cosas muy turísticas, así que siempre busco opciones menos conocidas», reconoce Claudia. Para este viaje eligió Casamance, como destino final un pueblo de apenas 15.000 habitantes situada al sur de Senegal. Admite que al coger la maleta no guardaba mayor expectativa, solo el deseo de encontrar esa simpatía y cercanía que tanto aprecia de la gente con la que trabaja.
Este viaje le ha brindado a Claudia la oportunidad de reflexionar sobre los privilegios de vivir en Occidente y de comprender las realidades de las personas que acompaña. «El proceso migratorio para ellos es una oportunidad de mejorar su vida, pero hay personas que se quedan sin saber si su vecino, que subió a un barco hace tres semanas, ha podido llegar o no. Esto a mi me impactó muchísimo y ellos lo asumen como parte de su vida», reconoce. En esta entrevista, Claudia charla con nosotros sobre sus vivencias y aprendizajes durante el viaje, sus rutinas, su visión sobre el proceso migratorio y la impactante relación de los senegaleses con el mar.
¿Qué te motivó a viajar a Senegal y, específicamente, a escoger una aldea rural en lugar de una zona más turística?
Soy educadora social y trabajo con solicitantes de asilo y refugio. Cuando hablo con la gente a la que atiendo me gusta conocer de dónde vienen y cómo era su vida antes de que algo les hiciera salir de su casa. Senegal nunca me había llamado especialmente la atención, pero a raíz de conocer la realidad de allí, no lo que nos imaginamos desde Europa, me apetecía mucho conocer los pueblos de los que vienen los chicos con los que trabajo. Resulta que Senegal, aunque no es muy grande, sí es muy diverso. El norte y Dakar (la capital) si entran en ese imaginario desértico, pero en el sur hay una región tropical con una riqueza natural increíble. Me habría gustado poder conocer a fondo ambas partes, pero por tiempo era imposible. Así que, después de indagar un poco qué opciones tenía, decidí visitar Casamance, la zona del sur. Estuve en un pueblo de unos 15.000 habitantes, en la región de Ziguinchor. Me encanta viajar pero no me gusta hacer cosas muy turísticas, así que siempre busco opciones menos conocidas.
¿Conocías algo sobre la cultura senegalesa antes de llegar? ¿Cuál era tu percepción inicial?
Antes de llegar tenía algunas nociones muy básicas de wólof, el idioma local, y sabía poco más. Que se come mucho arroz con pescado, que la música es importante para la gente local, y que se vive mucho en comunidad, pero poco más. Yo llegué esperando encontrar la simpatía que recibo con los chicos a los que atiendo y con pocas expectativas más.
¿Cómo fue tu primer contacto con la comunidad local al llegar a la aldea?
Todo mi contacto con la aldea, por mucha consciencia y deconstrucción que cada persona lleve, creo que siempre es desde una relación vertical en la que las turistas (que en este caso fuimos un grupo de españolas blancas) van a recibir un trato muy distinto al que realmente hay en el pueblo, entre locales. Llegamos de madrugada al alojamiento y nos recibieron con música y percusión, cena caliente y zumo de fruta de temporada. Fueron muy hospitalarios, me sentí muy cómoda en todo momento y no tengo ni una pega. Pero soy consciente de que era parte del ritual de acogida al turista. Los días posteriores poco a poco tuvimos más relación con gente local y, en líneas generales, me creo que la población local recibe muy bien al viajero y más cuando se va con respeto e interés por compartir espacios, y no desde el morbo y la diferenciación cultural.
¿Podrías describir la rutina diaria de la aldea y cómo te integraste en ella? ¿Hubo algún aspecto de la vida cotidiana que te sorprendiera o te resultara particularmente diferente a lo que conocías?
Para mí, estando allí de vacaciones, nos levantábamos para desayunar y sobre las 11:00 alguien nos recogía para hacer algo. Un paseo por el pueblo, visitar a la familia de algún trabajador de alojamiento, alguna excursión… íbamos sin hora, así que cuando terminábamos volvíamos a comer y por la tarde teníamos talleres de percusión y danza africana. Después solíamos ir a la playa hasta la hora de la cena y terminábamos el día con una hoguera en la que tocaban música, bailábamos, cantábamos y nos contaban de qué iban las canciones que compartían con nosotras. Cuando los músicos se acostaban o se cansaban compartíamos nuestra música con ellos. Ya te digo que la integración fue muy fácil, aunque principalmente nos relacionamos con las personas que trabajaban en el campamento. Hacíamos mucha vida allí. Pero cuando yo me levantaba, ya estaba la mesa puesta y se acostaban cuando lo hacíamos nosotras. En el pueblo, la gente se levantaba para trabajar o hacer tareas en sus casa y el tiempo libre lo dedicaban a estar con su familia y amigos, tocar música o tener un segundo trabajo que les gustase más pero del que fuese más difícil vivir, como la artesanía.
Y cosas que me llamasen la atención… Casi todo. La primera mañana en el pueblo me llamó la atención ver que ovejas muy delgadas y que los niños, cuando nos veían pasar, salían corriendo para jugar mientras nos gritaban algo parecido a toubab (blanco, en wolof) para llamar nuestra atención. Me sorprendió no tener leche líquida para desayunar y que fuese en polvo, que lo habitual fuese comer en el suelo, la arquitectura de las casas… Es una vida totalmente distinta a todo lo que yo conocía hasta ese momento. Creo que lo que más me llamó la atención fueron los ritmos. Me dio la sensación de que se vive con orientación temporal, no con horas.
¿Participaste en actividades o celebraciones tradicionales o en su ausencia rutinarias? ¿Cuál fue tu experiencia en ellas?
Pues nos invitaron a una boda y fue muy guay. Nos acogió la asociación de mujeres del pueblo y una de ellas nos hizo a todas una falda igual, después fuimos a comer con todas. Seríamos unas 50 mujeres, fácilmente. Nos trataron genial, aprovechamos para poder enfrentar la barrera idiomática e intentar comunicarnos como podíamos que, ojo, parece que no pero si hay intención puedes hablar de muchas más cosas de las que creemos. Jugamos con los niños y luego fuimos con el resto de invitadas a lo que conocemos como convite, que era muy diferente. Saludamos a la novia y bailamos con las vecinas, fue una experiencia muy diferente y brutal. El marido no estaba, se casaron por poderes y no vimos la ceremonia. Según entendí, esto es algo más privado. También fueron las elecciones ejecutivas nacionales y me habría encantado poder haber visitado algún colegio electoral, pero no fue posible. Sí me contaron que ganó Sonko, del Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (partido panafricanista) y la gente con la que hablé estaba muy contenta. Otro día fuimos a una aldea muy pequeña en mitad de los manglares, unos 200 habitantes, y es un pueblo de tradición animista. Allí visitamos la escuela y estuvimos viendo cómo funcionaba en líneas generales el sistema educativo. Además, casi todas las noches íbamos a las fiestas que se organizaban. Cada noche y de manera organizada, un bar organizaba una reggae party, que es la música que más se escucha allí, y éramos las únicas turistas que veíamos, que desde luego fue una experiencia de lo más inmersiva y pudimos hablar con un montón de gente de todas las edades y también fue muy guay.
¿Cómo se establecieron los lazos con las familias, los niños y otros miembros de la comunidad?
El vínculo principal era la relación laboral entre turistas y locales. Allí la relación entre mujeres y hombres es muy diferente y quienes están acostumbrados a tratar con turistas saben cómo nos relacionamos aquí, o una persona como yo que se relaciona con mucha gente de allí también puede hacerse una idea de cómo son estos encuentros. Con muchos chicos creo que si llegué a tener una relación de colegueo, de sentarnos en la playa y preguntarnos cosas mutuamente, compartir y eso para mí fue increíble. Con las mujeres me pareció algo más complicado porque casi siempre estaban en casa, y las que trabajaban en el alojamiento estaban más a lo suyo y les daba algo de vergüenza venir con nosotras. Pero por ejemplo, en la boda, era muy fácil hablar con cualquier persona y ellas también hacían mucho por animarnos a bailar y participar. Con los críos era un poco raro… les llamábamos mucho la atención y venían y jugaban. Después se nos pegaban como lapas, te cogían la mano y daba igual donde fueras que no te soltaban. A día de hoy no tengo contacto constante con ninguna persona local por elección propia pero los vínculos más cercanos los recuerdo con muchísimo cariño y espero poder volver más pronto que tarde.
¿Qué aprendizajes crees que fueron mutuos, es decir, no solo lo que tú aportaste, sino también lo que ellos te enseñaron a ti?
Esto depende de cómo cada persona enfoque los viajes. Estuve en París hace dos años y no fui queriendo aprender nada de la gente ni ellos de mi ni nada. Soy una persona muy curiosa y para mí el aprendizaje, por llamarlo de alguna manera, es conocer y saber. Todas las personas que estuvimos esos días en esos espacios aprendimos mucho sobre diferencias socioculturales y cómo se ve la vida en un contexto diferente al que estamos acostumbradas. De hecho, yo me fui a un viaje organizado con otras chicas que no conocía de nada y las diferencias socioculturales y el observar y este aprendizaje también lo he tenido con ellas. Y creo que también es importante plantearnos por qué cuando viajamos a Senegal, por ejemplo, solemos pensar automáticamente en el aprendizaje, y aportar, y llevo esto, y ese tipo de ideas, pero no nos planteamos eso cuando vamos por ejemplo a Praga.
¿Experimentaste algún tipo de choque cultural o momento gracioso debido a las diferencias en costumbres, idioma, religión, etc. ¿Cómo afrontaste esos momentos y qué aprendizajes extrajiste de ellos?
Muchas veces me preguntaban que si era cristiana, musulmana, o que cuál era mi religión. Esta pregunta ya me la habían hecho en otros sitios personas muy creyentes y siempre me encanta ver las caras cuando digo que no creo en nada, que para mi no hay Dios, ni religión, ni rezo, ni nada similar. Algunas veces puedes ver como de repente en la cabeza de esa persona aparece una nueva idea y las reacciones y preguntas posteriores que me parecen muy curiosas. Otra noche en una fiesta había un chico insistiendo en irnos a hablar a solas y no entendía el que no quisiera, entonces estuve durante casi una hora hablándole sobre feminismo, el respeto al no, etc. Se lo tomó bien, no hubo mucho problema y tampoco me volvió a insistir en nada más y siguió habiendo buen rollo. Después de eso vino un chico que trabajaba en el hotel donde estuve y nos reímos un rato sobre las diferencias en ese sentido. O cuando hacíamos el amago de bailar, y yo soy totalmente arrítmica, intentaban enseñarme alguna cosilla siempre había tropiezos, o pisotones y momentos de un poco de vergüenza y aquí pues nada, a reírnos y ya está. No tuve ningún momento especialmente fuerte para mí a nivel cultural.
¿Cómo crees que esta experiencia ha impactado tu visión del mundo y tus valores personales?
Me ha hecho ser mucho más consciente de la burbuja de privilegio constante en la que vivimos y los valores previos que yo tenía se han mantenido. Antes de viajar, como te decía, intenté hacerlo de una manera que fuese lo más ético posible y era muy importante mantener mis valores y no traspasar ninguna barrera ética y estuve muy cómoda con esta decisión en todo momento. Podría decir que mis valores no sólo se han mantenido, sino que se han reforzado.
¿Ha cambiado tu forma de entender el trabajo social o la educación a raíz de esta experiencia?
Además de entender mejor la realidad de algunas personas que llegan a mi trabajo, creo que estoy valorando mucho más lo que implica el proceso migratorio. Conozco muchos puntos de vista sobre la migración, yo tengo personas muy importantes en mi vida que están a miles de kilómetros y he conocido una visión muy diferente. Para mí es difícil no tener a una persona concreta cuando me apetece tomarme una cerveza o pasear o compartir momentos del día a día, pero yo se cuando esa persona se sube al avión y aterriza. Ya conocía el proceso migratorio de una persona que viene en patera pero creo que nunca había reflexionado sobre cómo se vive este proceso para quienes se han quedado en tierra. Allí la gente no se baña en el mar como lo hacemos aquí. Allí el mar es trabajo y muerte, según me contaban. El proceso migratorio para ellos es una oportunidad de mejorar su vida pero hay personas sin saber si su vecino, que subió a un barco hace tres semanas, ha podido llegar o no. Esto a mi me impactó muchísimo y ellos lo asumen, es parte de su vida. Sabiendo la implicación sociocultural que tuvo para mis chicos el venir aquí me ha hecho trabajar con ellos desde un punto de vista diferente.
¿Repetirías la experiencia en el futuro o considerarías otros destinos similares?
Sí, sin duda. Este año volveré a Senegal y de cara al año que viene veré si quiero seguir conociendo ese país o hay otro que me llame más, pero tengo claro que volveré.
¿Qué consejos le darías a otras personas que estén pensando en una experiencia similar?
Consejos sobre ropa o qué llevarte en tu mochila y cosas similares puedes contrario en mil cuentas de redes sociales o blogs de viaje. Más allá de eso, aconsejaría ir sabiendo que vas a conocer una realidad seguramente muy diferente a la tuya y si quieres disfrutar te tienes que adaptar a lo que hay. A mí personalmente me ayudó cotillear bastante el alojamiento por redes sociales antes de ir, buscar mucha información del pueblo y hablar con otras personas que habían estado en ese mismo sitio.
¿Hay alguna historia, momento o anécdota en particular que destaque como el momento más significativo de tu viaje?
Sin ninguna duda, lo que más me impresionó fue conocer esa relación con el mar. Sigo pensando en eso casi todos los días. También el hablar con personas que querían subirse a una patera para venir a pesar del riesgo que sabían que suponía. En general me ha marcado mucho ver qué relación hay con la migración.
Y algo más ligero y que ahora me hace gracia, pero en su momento no tanto, fue cuando nos dijeron que las arañas eran domésticas, que no pasaba nada porque estuvieran en las casas y eran una compañera más de habitación.
Cuando llegaste a España, ¿Cuál es la sensación que te quedó?
Los primeros días, mi cabeza era un hervidero de ideas. Proyectos personales, para el trabajo, recuerdos, y muchísimos pensamientos todo el rato que iban de un lado a otro. Fue una locura. Poco a poco los he ido asentando y tirando adelante con alguna idea, pero sobre todo tengo la sensación de que la vida me atropella y la manera que tenemos de vivir ahora mismo, o al menos las personas de mi entorno, no nos permite asimilar información ni hay demasiado espacio para la vida personal.
¿Somos unos privilegiados aquí? ¿Comprendemos la realidad del mundo en nuestra sociedad?
En Occidente, por lo general, tenemos unos privilegios enormes. Cubrir nuestras necesidades es un privilegio, poder elegir qué comer entre un sinfín de opciones, decidir dónde ir de vacaciones… Pero en nuestros pueblos también hay personas sin estos privilegios. Muchas veces se centran esta diferencias en países africanos, por ejemplo, pero yo conozco personas que viven en España que en el último año han tenido que recurrir a servicios sociales para cuidar a su hijo o hija menor de edad por no tener recursos. En nuestras ciudades hay personas que no tienen qué comer, que no tienen dónde dormir y que no pueden abrir un grifo para lavarse la cara por la mañana. Entonces creo que, por lo general, nuestra sociedad no es consciente de la diversidad de realidades que existen. Ni en nuestros pueblos ni en otros rincones del mundo.