El pasado 25 de abril, en el marco de la celebración de la Recreación de la Batalla de Almansa, la Oficina de Turismo de la ciudad, también conocida como «Casa Festera», acogió la inauguración de la exposición del «Cristo de la Batalla», una obra de enorme valor que durante muchas décadas presidió en secreto uno de los despachos más importantes de Almansa. Al acto acudió la alcaldesa Pilar Callado, familiares descendientes del último propietario del Cristo y las personas encargadas de la restauración de la obra.
El Cristo de la Batalla de Almansa
En el corazón de Almansa reposa un tesoro de profunda significación histórica e incluso devocional: el Cristo de la Batalla. Este ícono venerado por ciertos vecinos de la comarca ha sido custodiado con reverencia y pasión por una familia a lo largo de los siglos. Pasó de generación en generación hasta encontrar su hogar definitivo en manos del Ayuntamiento de Almansa en 1957, gracias al generoso gesto de Ezequiel Molina Rubio, último heredero de este Cristo de su. Su única estipulación, condición para cederla al consistorio, fue que este símbolo de fe nunca abandonara la ciudad por más de un mes. Un requisito que sin querer o queriendo ha sido cumplido con celo, manteniendo al Cristo «enclaustrado» en el despacho de la alcaldía, dentro de la histórica Casa Grande de Almansa. Pasando desapercibido e incluso privando de su valor e historia a toda la ciudad.
Ezequiel Molina Rubio será recordado
El legado de Ezequiel Molina Rubio se inmortaliza ahora no solo en la cesión del Cristo, sino también en la placa identificativa que pronto adornará el Centro de Interpretación de la Batalla, honrando su memoria y la de su familia. La emoción palpable durante la presentación oficial del Cristo no solo resonó en las palabras de la alcaldesa, sino también en las voces de las nietas y sobrinas de Molina Rubio, quienes atestiguaron con orgullo y gratitud este momento tan importante para los amantes de la historia local.
Una restauración importante
La historia del Cristo de la Batalla (se estima) se remonta a los albores del siglo XVII, impregnada de la influencia andaluza que se refleja en su estilo, especialmente en el perizoma, el paño de pureza. Su aparición en Pozo la Higuera marcó el inicio de una devoción arraigada en el pueblo, donde era venerado en momentos de plegaria, realizando incluso rogativas a su imagen, y también en ocasiones durante las solemnidades de Semana Santa.
El paso del tiempo no ha sido indulgente con esta obra de arte sagrada. Los estragos del deterioro se hicieron evidentes en la necesidad de reparaciones constantes en los brazos y los clavos, así como en el agrietamiento generalizado y la pérdida de volumen, algo inevitable al ser de madera (seguramente de pino por su veteado). También se ha conocido que la obra tuvo diversos ataques de insectos xilófagos. Además de una total pérdida de policromía, especialmente en el paño de pureza (se cree que los colores estaban formados por estuco, rojo y pan de oro).
La restauración, una tarea titánica llevada a cabo por expertos de la entidad Arts Lietor bajo la dirección de José Martínez Soler y François Boutin, requirió un minucioso proceso de desmontaje, limpieza, consolidación y reintegración cromática, devolviendo al Cristo un esplendor más cercano al original, escondido bajo capas y capas de barniz.
La labor de preservación y difusión de esta invaluable pieza de patrimonio cultural estuvo guiada por manos expertas. María José Sánchez Uribelarrea del Archivo Municipal de Almansa, junto con Herminio Gómez y Pascual Clemente, desempeñaron roles fundamentales en la coordinación del proyecto, desarrollo de la exposición y la contextualización histórica, asegurando que el legado del Cristo de la Batalla perdure para las generaciones venideras. Su restauración no solo ha devuelto una imagen de alto valor artístico, sino que también ha preservado una parte fundamental de la identidad y la historia de Almansa.