Susana Banovio Rico
estudió Bellas Artes en Valencia. En tercero de carrera se fue de Erasmus a Milán, la capital de la moda italiana, y tuvo la oportunidad de escoger asignaturas de Diseño: fue entonces cuando lo tuvo claro. Más tarde, ya en España, recibió una llamada: «Vente a trabajar aquí». No se lo pensó dos veces y regresó a Italia. Allí, se sumergió en un taller y confeccionó piezas de vestuario para ópera durante nueve meses.
Al acabar la carrera, decidió hacer su TFG sobre moda y se apuntó a una academia de patronaje: «Fue ahí donde nació la primera colección». Viajó a Barcelona para hacer el Máster y especializarse en el tema, y ahora reside en Madrid. La almanseña realizó sus prácticas en el taller de Eduardo Navarrete, a pesar de lo difícil que se lo pusieron las circunstancias pandémicas. Su última colección, «OH, LA FERIA!», no deja indiferente a nadie.
En primer lugar, sin tapujos ni pudores, ¿te consideras artista?
Si creas algo, ya eres artista, sobre todo si lo enseñas y compartes. Las redes sociales me ayudan mucho a mostrar mi trabajo, ya no es necesario tener que exponer en una sala: así que sí, me considero artista.
Creo que un punto fundamental es que tu arte despierte emociones en la gente y, sobre todo, con la última colección, he visto que cuando el público escucha la explicación de las prendas que he creado conecta con ellas y con la historia que tienen detrás. La recepción de lo creado es muy importante. Ayer me habló una chica para hacerle un vestido a medida y dije: «Qué guay».
¿Qué destacarías de la última colección?
Pienso que lo más característico es que hay mucho color y mezclas de estampado, como en la propia feria. Hay luz, hay movimiento; está presente ese horror vacui que a mí me produce esa composición de atracciones y formas. La feria me agobia para bien, me despierta muchas emociones. Antes de crear la colección, iba viendo estampados y me cuadraban todos en la cabeza. Las prendas tienen mucho volumen, he querido plasmar en ellas ese movimiento que tiene la melena cuando una se monta en el saltamontes.
¿Crees que está volviendo esa ola de color tan característica de los 80 y 90?, ¿estamos dejando atrás la monotonía blanca y negra?
Siempre que llega el verano llega inevitablemente el color, pero creo que sí hemos evolucionado en algo importante: no es que valga todo, pero experimentamos y nos arreglamos más. Creo que nos atrevemos gracias a las redes y que tenemos más oportunidades para hacer lo que nos dé la gana en el ámbito de la moda. Los jóvenes juegan cada vez más con su estilo, con su ropa.
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¿Piensas que la difícil situación que hemos pasado va a cambiar en algo nuestra forma de vestir?
Yo creo que sí. Hay una cosa que está clara: la moda va a la vez que el tiempo. En la pandemia los pijamas fueron el artículo más vendido [ríe]. Al igual que en la Guerra Civil no había tejidos, esto tiene que afectar de alguna manera. Puede pensarse que a partir de ahora iremos más cómodos, pero por otra parte considero que la gente tiene ganas de ver y hacer cosas nuevas, de experimentar, de alegría en general. En cuanto a la manera de diseñar, para algunos esto de quedarse en casa ha sido una oportunidad increíble. A otros nos ha reventado creativamente, depende de la persona.
¿Crees que el papel de la mujer en la moda va evolucionando, que ya no es el hombre el que diseña y la mujer la que viste las prendas?
Hay más diseñadores que diseñadoras
, eso es una realidad. Sin embargo, pienso que siempre hay una gran mujer detrás de un gran diseñador: Karl Lagerfeld murió y dejó en su lugar a una mujer, su mano derecha. Cada vez se ven más diseñadoras, pero también es verdad que eso está en gran medida en nuestras manos: hay que seguir a más creadoras. Yo intento ver trabajos de mujeres (¡hay gente muy buena!), aunque, desgraciadamente, la desigualdad afecta en todo.
La verdad es que no me he encontrado con nadie que me haya dicho que por ser mujer haya tenido menos oportunidades en este mundo, pero lo que está claro es que la mano de obra son mujeres: entras a un taller y son ellas las que cosen, las que pasan horas confeccionando cada prenda. Cuando estuve en IFEMA la mayoría de puestos eran de diseñadores: de cada 10 hombres, había 3 mujeres. Creo que lo más importante es que nos apoyemos entre nosotras: hay que impulsar lo local y a las mujeres que tenemos cerca. La maquilladora de mi última sesión fue Laura González y las fotos las hizo una amiga. Dije: «Ya que vengo al pueblo, que sea gente del pueblo». Tenemos que darnos visibilidad entre nosotras porque este mundillo consiste, entre otras muchas cosas, en hacer equipo.
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¿Qué opinas sobre los cánones impuestos en gran medida por los medios de comunicación?
Cada vez se rompen un poco más y yo me alegro un montón. Me encantaría hacer 50 tallas en lo que hago, poder hacerlo todo a medida. Por desgracia, esto no es posible siempre. En el máster nos obligaron a diseñar las prendas para medidas de modelo, 90-60-90. Nos dijeron: «Si queréis hacerlas de otras medidas, buscad modelos: que desfilen, que estén siempre disponibles, que estén para las sesiones de fotos, etc». Pienso que está todo tan estipulado que se ha hecho fácil perpetuar el canon. Aunque cada vez haya más inclusión y se vea a gente trans o racializada en la moda, en la pasarela sigue habiendo lo mismo: prototipos como Gigi Hadid, cuerpos como los que siempre se han impuesto en este mundo.
¿Cuál es tu momento más feliz en el proceso creativo?
Sin duda, cuando llega la sesión de fotos. Es verdad que los días de antes son horribles, pero luego disfruto muchísimo. La última fue en mi casa de campo, lugar al que le tengo un especial cariño. El mejor momento es vestir a mi gente, ver cómo les queda mi trabajo. A las sesiones voy con un moño y de aquí para allá; pero estoy ahí, viéndolo todo acabado: es esa la mayor satisfacción.
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¿Cómo es tu proceso creativo, cómo te inspiras?
Creo que no hay una línea fija, sino que existen muchas maneras de crear. En mi caso, parto siempre de lo personal: me vienen 5.000 ideas y me pongo a apuntar cosas, a bocetar, a investigar. Antes de crear nada tienes que ver, lo que no significa copiar. Siempre digo que está todo inventado, y es por eso que tienes que inspirarte, aunque sea a partir de algo de hace 20 años. Después empiezas a juntar piezas, bocetas, diseñas… Tienes que ir al mismo tiempo a ver tejidos para proyectar las cosas en la realidad, en la tela: las ideas no son siempre factibles. Como ves, no es un proceso lineal.
Más tarde se confecciona un prototipo para ver qué pones, qué quitas, si lo tiras todo y empiezas de nuevo… Creo que para acabar una colección necesitas ponerte un límite: siempre se le puede poner un poco más, el proceso creativo no tiene más fin que el que quieras ponerle, pero en moda el tiempo es crucial y vamos siempre contrarreloj: en pasarela estamos cosiendo bajos hasta el último minuto antes de que salga la modelo.
Para terminar, ¿qué le dirías a un niño o niña que quiere apostar por el camino del Arte?
Que lo hagan por encima de todo. Hay que tener en cuenta que nunca podemos tener idea de lo que va a pasar más allá de la semana que viene, la pandemia nos lo ha demostrado. Uno tiene que hacer lo que sienta: si luego te arrepientes, vuelves a empezar.
Yo nunca me he planteado qué iba a ser de mí el año que viene: he tratado de disfrutar, de hacer lo que me apasiona. Es verdad que el apoyo de mis padres ha sido fundamental y que lo es en cualquier caso, pero pase lo que pase tienes que pensar si acabas una carrera y no te gusta no vas a poder defender tu trabajo porque no crees en él. Si alguien quiere dedicarse a esto oirá que la cosa está mal. Las cosas siempre han estado mal, pero hay que luchar esta guerra.
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